CAPÍTULO XII (FINAL): EL RUGIDO DEL ESCAPE

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Sin perder tiempo, me acerqué a la ventana para evaluar la altura y ver si era posible saltar. Sin embargo, rápidamente descarté la idea al darme cuenta de lo peligroso que sería. Podría lastimarme gravemente y aún tendría que enfrentar el desafío de escalar el muro.Decidí explorar otras habitaciones en busca de una salida alternativa. 


Al entrar en una habitación más pequeña, un olor repugnante invadió mis fosas nasales y, al mirar hacia abajo, me encontré con un montón de heces humanas. El asco me invadió y salí de allí rápidamente.

La ansiedad y la angustia me consumían, pero no podía apartar mi atención de la habitación principal donde se encontraba el sujeto desconocido. Al darme cuenta de que no tenía más opciones, me acerqué nuevamente a la puerta bloqueada. Había barras de metal cruzadas horizontalmente que impedían su apertura, pero no veía otra alternativa.


Con una delicadeza extraordinaria, comencé a retirar cuidadosamente los barrotes de metal. ¡Dios mío, eran pesados! Cada uno que quitaba generaba un ruido mínimo, por lo que esperaba unos minutos después de cada movimiento, atento a cualquier señal del sujeto desconocido. Finalmente, había retirado suficientes barrotes para abrir la puerta.


Lamentablemente, para mover la puerta, debía arrastrarla hacia la derecha, como si fuera un portón corredizo. Era evidente que haría un ruido ensordecedor al hacerlo, pero no tenía otra opción. Sin pensarlo dos veces, ¡tiré de esa maldita puerta! El estruendo resultante resonó como un trueno que rompe el silencio de un bosque.


Bajé corriendo las escaleras sin detenerme para verificar si el sujeto salía. Estaba seguro de que lo haría. Finalmente, llegué al porche del edificio y me dirigí hacia la parte del muro para subir. Sin embargo, cuando llegué... ¡los ladrillos que había colocado al principio ya no estaban! ¿Cómo era posible que un indigente de la calle se hubiera fijado en algo así?Esos ladrillos me habrían ayudado a ganar altura para subir, pero ahora me encontraba en un estado de exaltación.


 No sabía qué hacer y la desesperación por escapar me invadía. Miré a mi alrededor, pero no encontré nada que pudiera servirme. Sin saber qué más hacer y con una urgencia abrumadora, reuní todas mis fuerzas y, de un salto, logré sujetarme al borde del muro. Ahora debía subir. Mis brazos temblaban y la falta de fuerza se hacía evidente, pero sabía que debía darlo todo. Con un último esfuerzo, me impulsé con todas mis fuerzas hacia arriba del muro hasta que finalmente... ¡lo logré! Estaba sobre el muro.

Lo había conseguido, había logrado escapar. Estaba al borde del desmayo, pero cuando recuperé el aliento, decidí mirar hacia la ventana del primer piso. No sé si era paranoia o ilusiones provocadas por el miedo, pero me pareció ver una sombra que me observaba desde allí. Finalmente, decidí bajar. Intenté desamarrar la soga que había dejado atada en el extremo del muro, pero en realidad no le di importancia.


 Bajé lentamente, sediento, agitado y moralmente destrozado. Finalmente, llegué al suelo y caí de rodillas. Tenía una sed insoportable, todo mi cuerpo me dolía y, lo que era más importante, uno de mis antebrazos sangraba ligeramente.

De repente, escuché el ruido de hojas secas moviéndose. Al mirar hacia mi izquierda, a unos 5 metros de distancia, vi a aquel indigente que había perdido de vista cuando lo vi desde arriba. Parecía estar durmiendo en un árbol. Qué sorpresa.


Me levanté, encendí mi teléfono para ver la hora: eran las 5 de la madrugada. Había pasado una hora. Inhalé y exhalé profundamente, susurre con mis labios:


"Vamos a casa, Brando".

       

                                                                                                           THE END

Un mar de pensamientosWhere stories live. Discover now