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Tsunade aprendió desde muy pequeña lo rápido que podía cambiar la vida de un segundo a otro.

En un inicio lo tenía todo: era la princesa de uno de los reinos más poderosos del mundo, tenía padres que la amaban y unos abuelos que la consentían en todo. No le faltaba nada.

El día que sus padres murieron comenzó como cualquier otro. Los tres se estaban preparando para ir a un evento fuera del palacio justo después de que su abuelo Hashirama le ganó en un juego de dados.

Mientras se carcajeaba, le explicó a la pequeña Tsunade que no siempre se podía ganar y que había que aprender a perder, pero Tsunade le tomó poca importancia a su consejo. Estaba molesta porque siempre perdía en los juegos de azar, lo cual era una pena ya que eran sus favoritos.

Su padre la llamó, pues era hora de partir; sin embargo, Tsunade no estaba dispuesta a marcharse hasta que le ganara a su abuelo, por lo que Hashirama se ofreció a cuidarla mientras su hijo y su nuera asistían al evento. Total, la presencia de la princesa no era necesaria.

La última imagen que Tsunade tiene de su padre es despidiéndose de ella en la entrada del palacio mientras su madre esperaba en el auto.

Horas después, el capitán de la guardia real entró a la oficina de Hashirama para anunciar la terrible noticia: su hijo y su nuera habían fallecido en un accidente automovilístico.

Años después, sus abuelos murieron con una gran pena en sus corazones, ya que no le pudieron encontrar sentido a la inesperada muerte de su hijo.

Y ahora, décadas después, Tsunade tenía la respuesta que siempre buscó.

No escatimará en nada para que los culpables paguen por lo que hicieron.

[...]

El despertador arruinó el poco sueño que Sakura se permitía tener. No podía ser de otra forma. Tenía que trabajar en las noches para que nadie en el palacio pudiera frenarla si se enteraban de lo que estaba haciendo.

Se negaba a abrir los párpados aunque sabía que tarde o temprano tenía que levantarse.

De repente, sintió la caricia de unos labios besando su frente, párpados, nariz y mejillas, lo que causó que abriera los ojos de a poco y se encontrara con el azul más hermoso que había visto.

—Naruto, ¿qué es lo que haces? —cuestionó somnolienta, aunque disfrutando de las caricias que su esposo le brindaba.

—¿No puedo despertar a mi esposa con un beso? —le respondió, continuando con el camino de besos hasta su cuello.

—Sí puedes, pero se nos hará tarde y tenemos muchas cosas por hacer.

Las manos de Naruto viajaron hasta los muslos de Sakura, y de un movimiento rápido, la subió a horcajadas sobre él, quedando cara a cara con ella.

—Entonces tendrán que esperarnos.

Sus labios se unieron de forma magnética, como si ese fuera su estado natural. Sus cuerpos se movían en la misma sintonía, y el roce de sus pieles creaba corrientes eléctricas que estremecían todo su ser.

Sakura se sentía embriagada, ansiosa por más. Nunca podrá tener suficiente de Naruto, y él jamás la dejará ir.

Sin embargo, Naruto no podía sacarse de la cabeza una duda en particular que le estuvo rondando en estos días.

Resulta que, en un breve respiro que tuvo de sus obligaciones como rey, encendió la televisión para distraerse y se encontró con un reportaje tonto de los rumores de amoríos que han girado en torno a él. Por supuesto, el programa le pareció absurdo, ya que apenas y había cruzado palabras con las chicas con las que lo relacionaban. No obstante, la pregunta que la conductora lanzó al aire fue lo que le causó ruido: ¿Quiénes habían sido los amores de la reina?

Nacida para ser ReinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora