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Cuando Gemini veía la muerte posarse sobre los humanos, cuando los veía perder el brillo en sus ojos y respirar por vez última, se preguntaba qué sería de sus almas. Un dios inexistente no podía hacer mucho por ellas.

Algunas veces pensaba en morir solamente para saciar su curiosidad. No resultaría difícil, era cosa de darse a sí mismo una puñalada certera sobre un órgano vital y podría finalmente abandonar aquel mundo que tan miserable le parecía; respondiendo aquella pregunta que tuvo desde el momento en que vio a su madre morir ante sus ojos.

¿Por qué no lo había hecho? No lo comprendía realmente, había hecho bailar el cuchillo incontables veces entre sus dedos, deleitándose al pensar que sería él mismo quien decidiría su muerte y no otro, pero nunca enterraba el cuchillo, siempre había algo que recordaba no haber hecho y se detenía. Morir con arrepentimientos no era una opción.

La última vez que tuvo el cuchillo, pensó que sería la definitiva. Incluso la punta de la navaja ya se hundía sobre su pecho, dispuesta a hundirse en su carne y perforar aquella zona pulmonar. No había nada que quisiera realmente como para perpetuar su estadía en el mundo.

No sentía dolor, ni frío ni hambre. Su corazón no era más que un órgano podrido, sepultado bajo tierra maldita y lleno de gusanos.

Ya lo tenía todo Un asesino de reyes y un conquistador de bestias. Un emperador simplemente aburrido. Y esa noche había sido la indicada para abrirse paso a lo desconocido, para aventurarse en el camino que la parca le mostraba seductoramente en sueños.

Luego escuchó una respiración suave y vio unos ojos miel.

Recordaba haber pedido una nueva distracción para sus aburridas noches donde ya ningún cuerpo lo satisfacía, pero jamás pidió que le dieran un motivo para no enterrarse el cuchillo, sin embargo, ahí estaba. Frente a él y Gemini se preguntó si habría algo además de la muerte que no conocía.

Nunca fue un justiciero o un redentor de pecados. Todos cargaban su propia cruz, y para Gemini, Ley no era diferente. Un hombre corrompido más, uno de los tantos que vagaban por el mundo destruyendo todo a su paso y que había terminado en North Collan.

Y así hubiese permanecido de no ser porque los ojos de Gemini, al asecho de cualquiera que intentara acercarse a su cordero, vieron como Ley lentamente volvía a Fourth el único objeto de su atención. Simples miradas de soslayo por parte del oriental se convertían día a día en una hambruna calcinante hacía Fourth, el pequeño bribón que caminaba pomposo y sonreía demasiado, con una inocencia que volvía loco a Gemini y que despertaba los demonios internos en los reclusos en North Collan.

El jodido cordero no tenía idea de lo que significaba su presencia en ese lugar. Mucho menos veía las sombras que esperaban devorar no solamente su cuerpo, sino su humanidad. Gemini lo sabía porque era el emperador de aquellas sombras y fue cuando Fourth volvió a él, cuando lo arrancó de los brazos del oriental que decidió conocer más de su enemigo declarado.

Ley Han, el único hombre que no podía matar por órdenes de Nicholas. No le fue difícil averiguar sobre Ley. Nicholas como mal bebedor que era, una noche en el Under y bajo los efectos del alcohol, le había contado como fue que lo salvó de la pena de muerte a cambio de que fuera su peleador. Le contó a Gemini lo despiadado que podía resultar Ley bajo ese disfraz calmado y como debía conseguirle un tipo especial de diversión para mantenerlo controlado.

Y Fourth era tan dócil, suave a la vista. Parecía volarse con el viento y sus cabellos siempre iban rebeldes, sin importar cuanto intentara acomodarlos, igual que un niño pequeño. La manera en que sus mejillas se pintaban de bermellón cuando se avergonzaba, como sus ojos marinos transmitían todo sin necesidad de palabras y el color de sus labios cuando los mordisqueaba nervioso.

"Prisionero" geminifourthWhere stories live. Discover now