Capítulo Cuarenta y Cuatro

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—Está aquí —brama Eclipse, trotando por el pasillo, para irrumpir en la habitación de Erick—. El demonio Trómos volvió.
—Lo sé... —musita Eva con espanto al sentir a lo lejos las fragantes llamaradas que consumen al reino de Charmintong.
—Acaba de poseer a un alma poderosa, puedo sentirlo...
—La de mi padre, el rey Zar —interrumpe Eva —. Así como me lo habías advertido. Lo detendremos, todos juntos.
—Él debe tener un poder inimaginable ahora. Será...

Las palabras de Eclipse son interrumpidas por un fuerte augurio de lo alto, provocando que salgan de inmediato al balcón, para encontrar al cielo enrojecido, llorando fuertes lágrimas de sangre.

—¿Qué es eso? —pregunta Erick boquiabierto.

—Una maldición —responde Eclipse, con los ojos perdidos en el resplandor de las llamas.

De pronto notan que hay algo morando dentro de esas lenguas de fuego, un objeto que por más que se quema, no se consume. Sus ojos les muestran que son calaveras, chirriando con sus dientes, como si formaran una melodía horrida.

—Son calaveras encantadas —menciona Eva.
—No, ese fuego viene del infierno, no lo apagarás con agua —responde Eclipse.
—Debemos intentar algo —dice de manera severa. El valor llena su pecho entonces, y su cuerpo se eleva derramando una lluvia de rayos que vuelca violenta contra aquellas calaveras, demostrando de manera furiosa el poder de su magia.

Sin embargo, las lenguas de fuego repelen su ataque, lastimándola con su calor, haciendo que ella caiga rumbo al suelo. Erick al ver esto se mueve cual fiera, usando su fuerza y su agilidad para proteger con sus brazos a su amada, provocando que no sufra mayor daño al caer encima de él.

—Eva, ¿estás bien? —pregunta él, ayudándola a ponerse de pie.
—Si —responde recargándose en sus hombros—. Ahora debo volver a la batalla.

Extiende sus brazos haciendo que el cielo oscurezca en un tumulto de nubes de pesadilla en un instante, pero de repente, una voz la detiene.

—Eva...

Dice esta, estremeciendo a su corazón, ya que en sus recuerdos quedó grabada como la voz de su padre. Voltea lentamente para encontrar a una calavera del tamaño de una roca, formada por restos de huesos humanos ennegrecidos y emanando fuego de sus cavidades oculares.

—Si quieres detenerme —le dice—. ve hasta Belford. Te estaré esperando, hija.

Eva siente la oscura mirada de su padre a través del fuego, que se disuelve y los huesos caen en conjunto al suelo después de esas breves palabras. Eclipse los pulveriza con un rayo, mientras baja del balcón con ayuda de su gárgola.

—Tenemos que ir a Belford —declara Eva.

—Si, aunque claramente es una trampa —responde Erick.
—Es más que eso —menciona Eclipse—. Esta caravana de calaveras que vemos desfilar sobre nuestras cabezas, cargan almas, múltiples almas, puedo sentir toda su oscuridad en mi ser. Es el ejercito demoniaco del rey Zar, sin duda invadirán Belford. Pero no están solos, también puedo sentir a un ejercito humano, guiado por un alma que fue consumida por la locura.
—El Rey Loco —afirma Erick, portando una expresión sombría.
—No perdamos más tiempo —clama Eva—. Es hora de ir a Belford, detendremos a mi padre, el rey Zar. mientras haya luz de vida en mis ojos, nadie tomará el reino que amo.

Las palabras de Eva hacen eco en cada hoja del bosque, el poder de su magia es comparable al de sus palabras, está repleta de fervor. Sin embargo, las tragedias son embusteras, y nunca esperan. La ciudad de Belford ya está siendo atacada, como si fuera lluvia caen furiosas las lenguas de fuego, sembrando el pánico, y consumiendo todo a su paso.

Las calaveras explotan al primer impacto, arrasando con todo, y de sus cenizas emergen los soldados demoniacos y el ejercito invasor del Rey Loco, junto con las arpías, centauros, y minotauros, todos siembran el caos desde que pisan esta tierra, elevando gritos de horror y desesperación, manchando sus espadas y sus garras con sangre.

El castillo tiembla con la sorpresa del repentino ataque, la misión es evacuar al rey, pero una calavera maldita choca contra una de las paredes del castillo, irrumpiendo así en el palacio real, haciendo que entre la luz y el caos. De las cenizas emergen El Rey Loco, y Zar junto a sus hombres de Elite, convertidos en soldados de espanto.

El rey Amato de Belford queda en el suelo por el impacto, y sus rodillas son azotadas por un temblor al ver el aspecto de Zar, el que emana un oscuro poder del infierno. Se arrastra débilmente hasta su trono, mientras reconoce al Rey Loco, mirándolo burlón y engreído.

—Ustedes se han aliado —declara él—. No tienen honor.
—No me hables de honor después de todo lo que me hiciste —responde Zar con suavidad iracunda.

Dos minotauros que protegen el trono de Amato atacan con valor, alzando sus espadas en honor al reino, pero Zar incendia sus cuerpos con el fuego del infierno que emerge de sus dedos, volviéndolos cenizas en cuestión de segundos.

—Fuiste poseído por un demonio. ¿Tan lejos llegó tu deseo de venganza que te rebajaste a esto?
—Ahora te mostraré mis verdaderos deseos de Venganza.

El Destello y La SombraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora