La primera noche en Dragonstone, Daemon anheló en silencio que alguien le hubiera advertido sobre el frío implacable que se cernía sobre la isla. A pesar de las mantas que envolvían su cuerpo y el calor compartido con su esposa, el gélido viento marino se colaba insidiosamente por las grietas, desafiando cualquier intento de escapar de su abrazo helado. Dany, al igual que él, creyó que mientras más juntos duerman menos sufrirían la helada.Las noches subsiguientes no fueron más amables, pero con el paso del tiempo, el frío pareció ser desafiado por su propia fortaleza. Como si sus cuerpos se hubieran atrevido a desafiar lo que tanto batallaban cada noche se volvía menos una prueba de resistencia y más una costumbre con el clima implacable. Después de todo, eran dragones, y el frío no podía eclipsar el fuego que ardía en sus venas.
También tuvo que acostumbrarse a la gruesas y pesadas prendas que debía utilizar. Llevar tanta carga era casi igual que correr por el desierto a pleno mediodía, pero cada vez que soplaba el viento agradecía tener esa caliente capa de piel de oso.
—Si así es estando tan al sur, no quiero imaginarme cómo se sentirá Winterfell —dijo Daenerys mientras desayunaban.
—Es cuestión de costumbre, Majestad —añadió Jon, que cada día parecía más feliz por estar allí —. Cuando viajé a Essos creí que no podría resistir el calor y que moriría de deshidratación a los pocos días de llegar. Lo contrario ocurrió en el Muro. Su hermano me dijo que se congelaría si yo no lo arrojaba a las llamas.
—¿Y lo hizo? —preguntó ella con una divertida sonrisa en el rostro.
—Temo que no.
Durante los primeros días en Dragonstone, los deberes de Daemon eran escasos. Se dedicó a explorar los recovecos del castillo, sumergiéndose en su historia y asegurándose de borrar cualquier rastro que recordara la presencia de los Baratheon. Cada documento, estandarte o insignia que pudiera atestiguar el pasado reciente de la isla era tratado con el mismo destino: el fuego. Estaba determinado a forjar un nuevo capítulo en Dragonstone, borrando las huellas de aquellos que alguna vez reclamaron la fortaleza.
Por otro lado, Daenerys se ocupaba del bienestar de los suyos. Con visión de líder, ordenó la construcción de un extenso campamento que brindara calor y sustento a sus seguidores. La tarea de asegurar que nadie pasara frío ni hambre se volvió una prioridad, y los esfuerzos se centraron en crear un refugio acogedor que mitigara los rigores del clima insular.
Además, Dragonstone se convirtió en punto de encuentro para los habitantes locales. Plebeyos de la isla, cautivados por la llegada de los Targaryen, acudieron en masa para prestar juramento de lealtad. Sin titubear, juraron su fidelidad a Daemon y Daenerys, deseando ser partícipes de un nuevo linaje que prometía cambiar el destino de Dragonstone.
Sin embargo, cuando el acostumbramiento cesó, fue hora de pensar en lo más importante. Por esa razón, aquella fría y tormentosa mañana, el rey se dedicó horas a estar frente a la mesa tallada. Miraba cada rincón del reino, dedicando tiempo en analizar cuántas tropas tenía, como era su terreno y qué tan difícil le sería combatir allí. Los Greyjoy lo acompañaban, aportando información del Norte y las embarcaciones, también Jon y Rylon.
En la sala resonaban sus murmullos a la vez que el cielo crujía con sus poderosos truenos y se iluminaba con relámpagos. Cada cierto tiempo tenía la necesidad de pedirle a los sirvientes más velas para poner encima del mapa, pues a pesar de ser aún joven el día, el clima no les aportaba demasiada luz.
—Maldición, ¿cómo se supone que veré esto de noche? —maldijo Daemon, mientras colocaba un par de velas encima de la Tierra de los Ríos.
—Ordenaré más velas —dijo Theon, siguiendo a un sirviente que acababa de irse.
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El Dragón Negro «Una Canción de Hielo y Fuego»
Fanfiction"¿Y tú quién eres?" dijo el orgulloso lord. Así comenzaba la melancólica melodía de las Lluvias de Castamere, una canción conocida por muchos como el himno de la casa Lannister. Al oírla, era de suponer que algo malo pasaría. Eso ya no ocurría con c...