Capítulo XIII: El desembarco

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Cabello de plata que parecía pelusa en su cabeza. Ojos púrpura que se cerraban con fuerza. Y un llanto atormentante que se escuchó desde la torre más alta de Dragonstone hasta las cocinas de los sirvientes en lo más bajo. 

—Un niño, Khaleesi, un niño —dijo Irri, sosteniendo al bebé con fuerza para dárselo a su reina. 

Daemon observaba en silencio, aún con el huevo de dragón en las manos. Tenía el miedo de que si se movía algo malo iba a pasar. En la habitación no había más que Dany, Irri, Jhiqui, Missandei y él. Se sentía fuera de lugar, pues todas estaban alrededor de su esposa, atendiendo cada cosa que ella necesitara, mientras que él sólo miraba. 

—Khal Daemon, Khal —Jhiqui lo llamó, sosteniendo el cordón umbilical con sus dos manos —. Padre del niño debe hacerlo. Todos saberlo. 

—Yo... —titubeó. No sabía cómo decir que temía hacer algo mal, lastimar a su esposa o al bebé, sin sonar como un estúpido, pero si un dothraki podía hacerlo, él también —. Está bien. 

Dejó el huevo encima de la cama y de su cinturón tomó la daga de acero valyrio que había utilizado para el Rey de la Noche. Con delicadeza, cortó lo que tenía que cortar y vio como las mujeres se hacían cargo del resto. Anudaron aquello y quisieron quitarle el bebé a Daenerys de los brazos. 

—¡No! —gritó ella, aferrándose al recién nacido con fiereza —. Quien lo toque, arderá. 

—Khaleesi, deben limpiarlo, y a usted también —explicó Missandei, tomando una manta para envolver al niño —. El heredero se quedará con su padre mientras sus doncellas la bañan. 

—Dany, mira —Daemon la miró con ternura, mostrándole por primera vez el huevo que encontró —. Lo encontré en el volcán. Lo pondremos junto a su cuna y eclosionará como en el pasado. Deja que se lo muestre. 

Ella dudó, pero la tranquilidad con la que él le hablaba le llegó. La reina logró respirar nuevamente, sintiendo todo el dolor por el que su cuerpo había pasado y se sentía tan desgastada que creía que el bebé se le caería de los brazos. Por esta razón se apresuró a dárselo a Daemon, quien lo recibió casi sin esperar. 

—Volveré enseguida. Lo prometo. 

Daemon apenas llegó a asentir ante sus palabras pues, por primera vez en todos sus años de vida, había sentido lo que verdaderamente era lo que fuera que estuviera sintiendo, pero de lo que todos hablaban con tanta deliberancia. Teniendo a su hijo en brazos, Daemon supo que no había nada en ese momento que le importara más que el bebé que escondía su rostro entre su pecho para poder dormir. No tenía ni escamas, ni alas, ni cola de dragón, como se decía que tenía el primer hijo de Daenerys. Era hermoso. La criatura más preciosa que jamás hubiera visto. Y era suyo, sólo suyo. 

—Mi niño —lo alzó hasta que pudo unir su frente con la suya —. Tendrás todo, mi pequeño dragón. 

—¿Ya sabe qué nombre tendrá? —preguntó Missandei, acercándose para limpiarlo.

—Jaehaerys.

—¿Targaryen, Blackfyre? 

—No es algo que importe ahora mismo —respondió Daemon, aunque tanto él como la mujer sabían que era todo lo contrario.

Todo se quedó en silencio cuando dejó al bebé en su cuna, junto al huevo de dragón. De la manera más protectora, arrastró la cuna hasta su lado de la cama, para poder estar pendiente de su hijo toda la noche mientras Daenerys descansaba. Aunque terminó siendo ella quien se levantaba cada cierto tiempo para saber cómo estaba, pues Daemon sintió como su cuerpo le echaba factura de todo el esfuerzo físico que hizo ese día, y en cuanto se recostó, cayó en un sueño casi eterno. 

El Dragón Negro «Una Canción de Hielo y Fuego»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora