Capítulo 29

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—¡Dios mío!—se angustió Jennie al ver el estado de Rosé—¡¿Qué te pasó?! e-esa sangre...—.

—No es mía, tranquila—dijo la pelirubia entrando al departamento—Estoy
bien...—tomó ambas manos de la castaña y las besó—Lamento haberte dejado sola tanto tiempo—.

En ese momento la jóven notó la herida en la mejilla de la doctora.

—¿Cómo que "estoy bien"? tienes un corte en la cara—la acarició con
cuidado—¿Estás herida en otra
parte?—la inspeccionó visualmente con preocupación.

Sin poderse contener la pelirubia abrazó a la menor con fuerza, tomándola por sorpresa. Se aferró a ella como si su vida dependiera de ello. Su calidez era lo único que podía reconfortar a Rosé en ese momento donde sentía que el mundo se le caía encima.

—Estoy bien...—susurró una mentira.

—Está bien—respondió Jennie hundiendo la cara en su pecho—Por lo menos déjame hacer algo con ese
corte—la miró suplicante.

Accedió finalmente a sus ruegos. Inmediatamente la castaña fue por el botiquín al baño, para cuando volvió la cirujana estaba sentada en el sofá. Se arrodilló frente a esta sacando una pequeña gasa estéril de la caja, le colocó un poco de alcohol y procedió a desinfectar la herida con cuidado, primero limpiando la sangre seca de los bordes, y luego con otra gasa limpia con más alcohol la pasó con delicadeza sobre el propio corte. El ardor provocado por el líquido hizo que la doctora apretara la boca y cerrara los ojos.

—Lo siento—la acarició Jennie—¿Te lastimé?—.

—No—sonrió—Es sólo el alcohol, arde—.

—Aguanta un poco—correspondió la sonrisa—Ya casi termino, gracias a dios solo es una herida superficial—.

Una vez desinfectada la herida, la chica buscó una curita para proteger la zona, pero cuando la fue a colocar se dio cuenta de algo.

—Es muy pequeña—hizo puchero.

Esa tierna expresión derritió a Rosé por completo. Ya no podía aguantarlo más.

—Jenn—tomó su mano y la miró a los ojos—Creo que no merezco ser llamada doctora...—.

Esa mirada de preocupación fue más de lo que la pelirubia pudo soportar, bajó la cabeza y apretó la mano de la jóven.

—Acabo de hacer algo horrible... imperdonable...—confesó comenzando a temblar—Todo pasó porque yo... t-todo fue mi culpa...—.

Podía percibirse la angustia en su voz, la castaña lo sentía a través de su mano, como poco a poco la que solía ser una imponente mujer se iba quebrando.

—Me odio a mí misma—gruñó entre rabia y dolor con la voz cada vez más temblorosa—Me odio tanto... tú también me odiarías si supieras...—llevó las manos de ambas a su frente para darse pequeños golpes hasta que Jennie la detuvo.

Se incorporó a medias la menor para quedar a la altura de la pelirubia que seguía con la cabeza escondida ensimismada.

—No se lo que acaba de pasar—acarició el cabello de Rosé tratando de reconfortarla—Pero, confío que tuviste tus razones para hacer lo que
hiciste...—suspiró—Por favor, créeme cuando te digo que no estás sola. No te dejaré sin importar que pase, lo prometo... sé que eres una persona fuerte, la más fuerte que conozco—se deshizo del agarre y abrazó con calidez a la doctora—Pero no tienes que serlo todo el tiempo, no tienes que guardarte todo para ti sola, ya no... déjalo salir... comparte tu dolor conmigo, permíteme quitar un poco del peso de tus
hombros—.

—Jennie...—susurró entre sollozos apretando con fuerza el cuerpo de la castaña contra sí misma.

Ambas se abrazaron y dejaron correr sus lágrimas incontenibles por largo rato. Cuando la cirujana se recompuso lo suficiente, decidió darse un baño. Necesitaba borrar todo rastro que quedara en su cuerpo de aquel acto que la hacía sentir sucia más allá de lo físico. Entró a la ducha y abrió la llave dejando al agua tibia cubrirla por completo.

Culpa, frustración, esos sentimientos la invadían y no sabía como afrontarlos. Se miraba las manos y el asco se hacía presente junto a un remolino de pensamientos atormentaban su cabeza. La situación la sobrepasaba, sólo pudo apoyar el puño en la pared mientras el agua seguía cayendo.

—Te traje tú albornoz—dijo la castaña desde la puerta del baño—Lo dejaré en la cómoda—.

—Gracias...—respondió con voz tenue la cirujana.

La inquietud le pudo a la jóven quien se asomó a la zona de la ducha para asegurarse de que Rosé estuviera bien. Con tristeza pudo distinguir la presencia de un gran moretón en la parte derecha de su torso desnudo, además de una que otras magulladuras repartidas por sus brazos. Sin decir nada, dejó a solas a la pelirubia para que terminara su baño.

Después que la cirujana salió, Jennie se dió una rápida ducha también, y posteriormente se colocó su bata de baño para ir al cuarto de Rosé, donde esta se encontraba sentada en la cama inmóvil con el cabello aun chorreando. La menor agarró una toalla y se apresuró a secarla.

—Dejemos tu cabello bonito y
seco—sonrió revolviendo el cabello de la doctora con el paño—No queremos que te resfríes ¿verdad?—asintió complacida al terminar—Listo... ¿te gustaría un poco de leche caliente? te ayudará a dormir, iré a traerte un vaso—.

—No—la detuvo la pelirubia tomando su mano—No quiero eso, no quiero nada... sólo te necesito a ti—.

Tiró suavemente para que la castaña se acercara.

—Quédate conmigo Jenn... por favor no te vayas, ya no quiero estar
sola—suplicó con voz triste.

—No lo haré—besó su frente—No te voy a dejar... mi corazón es tuyo ahora, quiero que lo recuerdes—.

Juntaron sus labios en un tierno beso.

—Eres la única con quien quiero pasar el tiempo que me queda—susurró la jóven contra sus labios.

Rosé la rodeó por la cintura con los brazos y la acercó más para profundizar el beso, a lo que la castaña respondió sentándose sobre ella y enganchándose a su cuello. Un mar de sentimientos las golpeó tan fuerte que a penas se podían contener. Las lenguas se entrelazaron rítmicamente y con frenesí, dejándolas sin aliento.

—Jennie...—jadeó la doctora—T-te quiero...

—jadeó la doctora—T-te quiero

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