CAPITULO III

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Se habla de las cinco etapas del dolor, y ese día, al observarte con tu traje de novio y esa amplia sonrisa que iluminaba tu rostro al compás de sus pasos por el pasillo, fue cuando me sumergí en la primera fase. Estaba sumido en la negación, rehusándome a aceptar que este amor no correspondido debía llegar a su fin. La simple idea de cortar para siempre con estos sentimientos que había llevado conmigo durante años no era fácil de aceptar; no podía asimilarlo, no quería hacerlo.

Luego llegó el enojo, no solo conmigo misma por mi cobardía al no atreverme a confesarte todo lo que haces sentir a mi corazón, sino también contigo, por ser tan ciego y no notar mi presencia, mi afecto. Y también con ella, por aparecer en tu vida y lograr arrancarte sonrisas tan radiantes que yo anhelaba para mí.

Después vino la etapa de la negociación, donde intenté encontrar soluciones. Me cuestionaba si podría haber tomado un camino diferente, si me hubiera atrevido a confesar lo que realmente siento, a luchar por un lugar en tu corazón. Busqué maneras de establecer límites emocionales. No obstante, a pesar de mis esfuerzos, la realidad constante de tu compromiso con ella parecía inquebrantable. Fue entonces cuando me di cuenta de que la verdadera negociación estaba en aceptar que algunas historias están destinadas a seguir su curso, sin importar cuánto intentemos torcerlas.

La depresión se apoderó de mí cuando presencié ese momento doloroso. Verlos jurarse amor en las buenas y en las malas, con esa mirada segura y decidida, fue como presenciar la confirmación de mis peores temores. Mi corazón se partió en dos al comprender que no habría espacio para nadie más en tu corazón que no fuera ella. Sus promesas resonaron en mi mente, haciéndome ver que mi presencia en tu vida sería eternamente eclipsada por la luz de ese amor compartido, mientras yo quedaba en las sombras, destinado a ser un espectador solitario de su felicidad.

Finalmente, la dolorosa aceptación se apoderó de mí, llevando consigo la resignación de que era hora de liberarte y de liberarme a mí misma de este agonizante peso que significaba amarte en esta profunda y solitaria oscuridad. Fue el momento de reconocer con pesar que nunca encontraré un lugar en tu corazón que no sea el de tu mejor amiga Finalmente, la dolorosa aceptación se apoderó de mí, llevando consigo la resignación de que era hora de liberarte y de liberarme a mí misma de este agonizante peso que significaba amarte en esta profunda y solitaria oscuridad. Fue el momento de reconocer con pesar que nunca encontraré un lugar en tu corazón que no sea el de tu mejor amiga.

SOMBRAS DEL CORAZÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora