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Natalia

Una vez mi psicóloga me dijo que mis miedos se hacían grandes porque yo les daba el poder de crecer. Tenía que engañarles, hacerles creer que no podían conmigo, aunque la realidad en ese momento fuera completamente distinta. Tenía que hacerlo, no había otra forma de sobrevivir. Lo hice. Durante un tiempo me enfrenté a todos y cada uno de mis miedos. Me lo tomé tan a pecho que, por unos meses llegué a enfrentarme al monstruo de las pesadillas.

Nadie, salvo el que está expuesto a ello, sabe lo que es temer a la muerte de forma no metafórica, sino literal. Temer a la muerte, pero en persona. Porque en mi caso tiene forma física. El monstruo de las pesadillas conoce la parte más vulnerable de mí, pero es ahora cuando se está topando también con la más fuerte. Aunque por dentro siga reconstruyendo los trozos de ese jarrón roto que forma mi corazón.

Todavía es de noche, quedan más de dos horas para que amanezca. No he dormido más de dos horas y media, pero apenas tengo sueño. Dylan vino al apartamento a eso de las doce de la noche y entre besos, abrazos y profundas pero necesarias conversaciones nos dieron las tres de la madrugada. Se quedó dormido abrazado a mi cuerpo, con su cabeza en mi tripa, apretando con fuerza mi piel, mientras me pedía que nunca me fuera de su lado y, aunque a mí me costó más, finalmente me dormí acariciándole el pelo.

Antes de que cerráramos los ojos por completo, hincó las rodillas en el suelo y me suplicó entre sollozos, hipo y lágrimas que no me fuera nunca de su lado.

—¿Crees que pasaremos juntos la noche de año nuevo?

—¿Qué? —pregunto, bajando a su altura. Seco sus lágrimas, haciendo un acto de contención para retener las mías por verlo así y pego su cabeza a mi pecho. Él se recoge y me abraza con fuerza, como si una fuerza mayor pudiera separarme de él.

—Me abandonó la noche de año nuevo. Su partida manchó dos años, el que dejaba atrás, ese que siempre recordaría como el último y el que acababa de empezar, que anuncia el principio de una historia. Esa noche me tuvieron que ingresar por hipotermia. Salí corriendo detrás del coche que abandonaba mi vecindario y cuando lo perdí de vista ya era demasiado tarde para volver a casa. No recordaba el camino de vuelta y si lo hacía, volver no estaba entre mis planes. Dieron decretada mi desaparición. Suele ser un proceso más lento, pero al ser hijo de policías agilizaron el procedimiento. Gia me encontró muerto de frío en la calle, en una esquina, mientras la nieve iba engullendo mi cuerpo poco a poco. Tenía las manos, la cara y los labios morados. Apenas los sentía. Me tiré semana y media en el hospital. Cuando salí, creía que mi madre estaría en casa, que ver la vida de su hijo peligrar le haría entrar en razón... pero no fue así. Cuando mi padre y yo entramos solo existía el silencio. Corrí escaleras arriba para buscarla, pero cuando abrí el armario ya no había ni rastro de la que había sido la mujer de mi vida. Se acababa de convertir en la primera mujer que me rompió el corazón.

«Me gustaría que estas Navidades fueran diferentes. Que esta noche de año nuevo pueda ser la primera que pase sonriendo, pero no de esas sonrisas que ambos fingimos para hacer creer al resto del mundo que estamos bien, sino de esas que guardan sabor a verdad. De las que saben a Coca-Cola... Ayer cuando os vi de nuevo juntas a mi madre y a ti... sentía mil demonios apoderarse de mis extremidades. Tú, tan luz como siempre aferrada a mi mano. Y ella tan oscura como aquella madrugada en la que se marchó. Sigue sin tener el coraje suficiente para mirarme a los ojos. No sé si es por pena, odio, rencor o culpa... Pero no lo hace. Y nunca lo hará.»

—Estaremos juntos, Dylan. Te lo prometo.

Cuando llevábamos una hora durmiendo, un ruido nos despertó, poniéndonos en alerta. Me asusté mucho. Muchísimo. Esa habitación. La cama. El apartamento. Todo me recordó a esa noche. Podía sentir a Tyler respirándome la nuca. Su voz. Su perfume. Su risa ronca. Tenía los pelos de punta.

Nosotros Nunca [YA EN PREVENTA]Where stories live. Discover now