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Natalia.

Dylan me vigila las veinticuatro horas del día. En sus ojos veo el pánico. Pánico a perderme. Me quise morir la otra noche cuando, tras unos días después de lo sucedido en aquella fiesta, lo vi clavar las rodillas en el suelo y abrazarme el cuerpo, con su cabeza en mis piernas, suplicando que le confesara el secreto para verme feliz.

No creo que exista, no como tal. Habría que remontarse años atrás, cuando todo se torció. Realmente, no sé qué día todo comenzó a ir mal. No recuerdo la fecha. El mes. Ni siquiera el día. Sólo sé que hasta que no me he visto reflejada en el espejo del baño afeitando a Dylan, lo más cerca que había estado de la felicidad plena era cuando sumergía la mirada en los libros.

Ojalá hablar de nosotros mismos fuera tarea fácil. Así Dylan podría ser consciente de lo feliz que es capaz de hacer a una persona que está rota por dentro. El bien que me hace tener a una persona como él a mi lado y que, aunque llore, patalee, recuerde y maldiga cada día, golpe y momento que he vivido con el monstruo de las pesadillas y su ejército, a su lado se vuelve sencillo olvidar. Aunque sólo sean cinco minutos.

Con eso me basta.

Ojalá nunca sea demasiado tarde y cuando pueda hacérselo saber no se haya cansado de mí.

—¿Te puedo hacer una pregunta?

Dylan eleva la mirada del cómic y lo cierra. Lo deja sobre su pecho y coloca sus manos en la nuca. Yo le observo desde el suelo, con el portátil sobre mis piernas y las gafas de ver en la cabeza.

—¿Qué tal si te pregunto yo a ti por qué no te pones las gafas mientras escribes?

—He pedido el turno primero —le recuerdo.

Hace un gesto para que continúe hablando.

—Adelante —insiste.

—¿Te das cuenta de que si nunca hubiera dado el paso de escribir mis libros tú y yo nunca nos hubiéramos cruzado?

Enarca una ceja.

—¿Crees que de habernos cruzado por la calle nunca me hubiera fijado en ti?

—Sigue siendo mi turno —no parece importarle, porque se incorpora y me mantiene la mirada. No me apetece escuchar ningún sermón, si es lo que pretende, pero... quizás sí necesite saber la respuesta a su pregunta—. ¿Te habrías fijado en mí?

—Ciega tendría que ser la persona que no se fijara en una chica como tú.

—Como yo —repito, con incredulidad—. ¿Qué me hace tan especial?

—Tu boca, tus andares, tu...

—¿Podrías escupir el personaje literario al que le has robado la personalidad y decir sin rodeos que, de habernos cruzado por la calle, me hubieras mirado el culo?

Dylan agacha la cabeza mientras se ríe. Apoya los brazos sobre el sofá y se sienta en el suelo, a mi lado.

—Sería hipócrita afirmar que me habría fijado en ti un lunes cualquiera mientras paseo por la calle a las seis y media de la tarde, en pleno mes de... ¿julio? ¿diciembre? ¿enero? —se frota la cara—. Tú no te hubieras fijado en mí. O sí. Nunca lo sabremos. Porque la vida ha venido... ¿así? ¿de repente? Lo que sí sé es que te elegiría una y mil veces más.

—¿Aunque esté rota por dentro? —Mi voz se quiebra.

—Aunque todavía queden partes de ti por arreglar. 

Nosotros Nunca [YA EN PREVENTA]Where stories live. Discover now