24

307 18 1
                                    

Natalia.

Ashley, mi psicóloga habla, yo la escucho. En su consulta me siento segura. No me juzga, no pone en duda mis testimonios y no me obliga a hablar de temas que no quiero abordar en esa sesión. Cuando empecé, tenía miedo, no lo voy a negar. Sentía pánico porque los sesenta minutos que duran nuestros encuentros transcurrieran de la misma manera que lo han hecho en otras ocasiones, con otros profesionales.

A veces hay que mirar fuera. Ver mundo. Salir de tu realidad y comprender que hay otras realidades posibles. Que no todo se basa en lo que tú ves o interpretas. Que no eres lo que tu cabeza te intenta hacer creer, nunca lo has sido. Y qué, eres quien eres a día de hoy por quién fuiste tiempo atrás. Que cada persona es un mundo, y cada mundo guarda sus problemas. Que a veces es necesario llorar para después reír con más fuerza. Que no todo lo puede la razón, que los sentimientos pueden ganar la batalla. Que sanar empieza por conocerse. Y que yo no sé quién soy, más allá del dolor.

Estoy dispuesta a conocerme de nuevo. A reencontrarme conmigo misma.

—Para entender qué ocurriendo en tu presente, primero tienes que comprender qué lo ha ocasionado. Qué hechos y personas concretas marcaron tu pasado. Tienes que conectar con ese niño interior que todos llevamos dentro, con la persona que fuimos y que, por mucho que pasen los años, seremos. Hoy, seguramente la recuerdes con cierto rencor, que la juzgues, incluso, puede que hasta odies esa versión pasada, pero no siempre tiene porqué ser así. ¿Acaso esa niña tenía culpa de lo que ocurría en casa? Ya te lo digo yo... no, tú no tuviste la culpa, Natalia.

Cada vez que escucho esa frase me dan ganas de llorar. Esta vez contengo las lágrimas, pero en otro momento, quizás en solitario, hubiera explotado a llorar.

—No creo que mi versión de niña y la de adulta seamos la misma persona. Nos han marcado situaciones... complicadas. Nunca vuelves a ser el mismo después de un nuevo golpe, ni siquiera miras igual.

—¿A qué te refieres con que no miras igual?

—Cada mirada guarda recuerdos, por eso nunca habrá una mirada igual a otra. Los míos son prácticamente malos en su totalidad. Alguien que ha sufrido lo que yo... joder, es imposible que mire igual que un niño de tres años —me quedo pensativa—. Supongo que de ahí la inocencia, vulnerabilidad e idealización de la persona.

—Eso es lo que tú me estás diciendo. Y es totalmente válido y normal, quiero que lo sepas. Pero quiero escuchar lo que dice tu cabeza. Quiero saber qué te dice la voz que te hace creer que tu mirada no tiene ni rastro de belleza, de momentos bonitos, de recuerdos que aprecies... —le da un sorbo a su taza de té—. De nada me sirve que me hables de lo vivido, si no me hablas de lo que sentiste. De cómo te sientes ahora.

—Suele decirme frases que ya he escuchado antes —me limito a decir.

Ella asiente y apunta algo en su libreta. Después me sonríe.

—Tiene sentido. Nunca, repito, nunca hubieras pensado que esas frases hablan sobre ti si no hubiera existido una persona que las hiciera cobrar sentido. ¿Quién fue esa persona?

—Debería hacer una lista, si quiero ser honesta con la realidad. No sólo baso mi dolor en el monstruo de las pesadillas. Los niños en el colegio llegan a ser muy crueles, ven la oportunidad de hacer daño y la aprovechan. Unos se alejaban de mí por temor a que les hicieran lo mismo que me hacían a mí, otros usaban mi dolor para resurgir. Se reían, cuchicheaban o me insultaban de la misma forma que lo hacía él. Y había una voz en mi cabeza que me decía "Si mi propio padre puede hacerme esto... ¿Por qué no van a poder otras personas?". Pensaba que me lo merecía, que..., ¡Agh! Llegaron a pegarme, no recuerdo el número exacto de veces, pero sí sus caras, sus nombres, hasta la ropa que llevaban.

Nosotros Nunca [YA EN PREVENTA]Where stories live. Discover now