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Dylan.

He visto marchitarse familiares por enfermedades, gente de mi alrededor por drogas y amigos por amor. Y la última causa ha sido la más dolorosa, porque pese a poder evitarla, ellos se han mantenido aferrados a la posibilidad de volver a ser, aunque ya no haya ni rastro de las cenizas de lo que algún día provocó llamas.

Ha pasado una semana desde que Lara se fue.

Ha pasado una semana desde que Zack no acude al trabajo, ha rehecho su vida de aquella manera. Ser camarero de un chiringuito en la playa y ver como los demás practican sur en frente de tus narices mientras tú sirves combinados y proporcionas tablas no ha sido la mejor idea.

Natalia y yo nos colamos en su apartamento con la llave de repuesto. Este lugar huele a maldita mierda. Hay platos sin fregar. Bolsas de patatas y snacks por el suelo. Y muchas botellas de alcohol vacías bañando cada estancia de la casa.

Al abrir la puerta del dormitorio, una chica comienza a gritar. Cierro la puerta de golpe y apoyo la espalda sobre la madera. Natalia me mira con el ceño fruncido mientras abre las ventanas y recoge un poco el salón, aunque sea para que no parezca que vive el monstruo de las cavernas en este maldito lugar.

—¿Quién hay ahí dentro? —pregunta, muy interesada. Yo pongo los ojos en blanco y antes de que pueda contestar, la chica sale disparada de la habitación y Zack detrás de ella como su madre lo trajo al mundo—. ¡Joder, tápate maldito animal!

—¿Qué hacéis aquí? —masculla, con los brazos abiertos. Natalia le lanza un cojín y se lo lanza de vuelta, pero consigue esquivarlo—. ¡Puedo estar desnudo si quiero! ¡Es mi casa!

—Ah ¿Sí? No sabía que vivías en un contenedor de ochenta metros cuadrados —ironizo, apoyado en el marco de la puerta. Le abro la puerta de su habitación y con la mirada le pido amablemente que tape sus pelotas de una vez. Él camina tranquilamente sin taparse y ni siquiera cierra la puerta para ponerse algo de ropa. Sale en slips y arrugo el gesto—. Qué calzoncillos más feos.

—No me importa. Tú no me los vas a quitar.

—Tienes que avanzar, Zack —dice Natalia, sin frenar sus movimientos. Ella continúa recogiendo. Dejo la chaqueta de cuero en la percha, con cuidado de no tocar absolutamente nada y la ayudo. Este sitio da pena, mucha pena—. Tienes que ir a trabajar, hacer tu vida como la conocías antes de que Lara se fuera y pasar página. ¡Se ha ido, Zack! ¡No va a volver! Está genial que te tires a una tía al día, si eso es lo que quieres. Pero... —mira a su alrededor—, me temo que no.

—Te repito la pregunta, Zack ¿Qué quieres? —Zack ríe sarcástico y se muerde los labios. Le da un sorbo al zumo de naranja y cierra la puerta de la nevera—. ¿Ves? Casi un mes después sigues sin saber qué responder.

—No presiones, Brooks. No creo que mi respuesta sea de tu agrado.

—Déjalo —pongo los ojos en blanco. No sabe lo que dice. Le quito a Natalia la botella de alcohol rota del suelo que acaba de recoger y añado—: Vamos a llamar a una empresa para que desinfecte esta pocilga. Esta noche dormirás en nuestra casa ¿entendido? No vas a salir de fiesta, te vas a quedar con Natalia. Iré al trabajo por ti y conseguiremos que no te despidan. No sé cómo, pero tu jefe ha conseguido mi número y me ha llamado. Si hoy no te presentas allí, date por jodido.

—Les di tu número por si necesitaban sustituirme —dice, despreocupado.

—No me toques las pelotas, Zack —le advierto.

Después de la mañana de contestaciones absurdas que nos ha dado Zack, no entiendo cómo Natalia ha accedido a quedarse con él toda la tarde. Va a terminar loca, si es que antes de que eso ocurra no termina ella con él y nos declaramos la asesina y cómplice de asesinato más atractivos de Canadá.

Nosotros Nunca [YA EN PREVENTA]Where stories live. Discover now