28

291 16 1
                                    

Natalia

Convencer a Dylan de que vuelva a Nueva York entra en el top tres de cosas más difíciles que he hecho nunca. Finalmente, Gia me ha ayudado y entre las dos y una pequeña ayuda de Zack... lo hemos conseguido. Estamos esperando en el aeropuerto con las mochilas y maletas. Zack, que ha venido con nosotros, juega en el móvil y Dylan se mueve de un lado a otro como si tuviera ardillas dentro de los pantalones.

Ojalá pudiera saber, aunque fuera por unos minutos, qué es lo que se siente cuando estás a punto de encontrarte con tu padre. Con esa persona que te lo ha dado todo, sin pedir nada a cambio.

Ojalá pudiera volver a ser una niña inocente ajena a todo, incluso a los golpes que recibía sin dejar un solo día libre y que recibía a su padre en la puerta de casa con una sonrisa de oreja a oreja, esperando que ese día fuera el definitivo en el que dejara de ser eso, el monstruo de las pesadillas y se convirtiera en lo que la niña necesitaba, un padre.

Tras dos días en Nueva York, Dylan no parece el mismo.

Habla distinto, actúa distinto e incluso su forma de relacionarse con el mundo es completamente diferente. No creo que sea algo malo, sino que al igual que la Luna provoca las mareas, nuestras ciudades natales saben hacernos despertar, en todos los sentidos de la palabra, porque en el tema de las pesadillas... me ha tomado el relevo. Anoche de madrugada terminamos subidos al tejado de la casa, abrazados y cubiertos por una manta, bebiendo chocolate caliente y mirando las estrellas.

Se despertó con el corazón acelerado a mitad de la noche preguntando por su madre. Al principio, cegada por el sueño no conseguía entender nada, pero cuando lo vi mirarme con los ojos rojos, la mandíbula tensa y el pecho subiendo y bajando con rapidez sube lo que estaba ocurriendo.

—Buenos días —murmuro, al llegar al salón.

Gia me ha pedido que no le pregunte a Rick sobre su estado de salud. Mientras Dylan esté en casa no quiere hablar del tema. Por mucho que me cueste, guardo silencio.

—¡Hola, Natalia! ¿Cómo has dormido? —se interesa Rick. Tiene muchas ojeras y el rostro pálido. Sale de la cocina y con el mantel puesto viene a saludarme, para después darme un abrazo. Yo rodeo su cuerpo con mis brazos y cierro los ojos. Los da igual de fuertes que Dylan. Y no porque sus brazos sean puro músculo, sino porque los dan de verdad, de esos que trazan un punto sobre una herida abierta—. Dylan me ha contado que no bebes café, solo en ocasiones muy especiales. Así que he comprado lo más parecido al Cola Cao que había en la tienda.

—No hacía falta... Gracias, Señor Brooks.

—Puedes llamarme Rick —dice, mientras me guiña un ojo. Tal y como lo hizo su hijo en su día. Yo esbozo una carcajada—. ¿Te resulta familiar esta técnica? Se la enseñé yo...

Yo sonrío, y no sé cómo lo ha hecho, pero de repente, mi niña interior está a salvo.

Rick pone dos platos sobre la isla de la cocina. Uno contiene tortitas, otro tostadas.

—Para ti las tortitas. Tienes que probar mi especialidad —dice, sonriente.

Se sienta a mi lado y comienza a comer.

—¿Puedo hablarte sobre Dylan? —nada más lo escucho, asiento rápidamente con la cabeza—. Está cegado por el dolor. Le cuesta ver más allá de lo que ha sufrido. No todo es malo... Aquí ha pasado los mejores años de su vida y también los peores, pero una cosa no anula la otra. De los cientos de momentos preciosos que ha vivido aquí... las navidades, los entrenamientos padre e hijo, sus noches de fiestas de pijamas y videojuegos con sus amigos... ¡Agh! ¡Me llegué a disfrazar de Spider-Man en su cumpleaños porque no encontrábamos a alguien a quién contratar! Él estaba tan feliz... pero no hacía más que buscarme a mí. Siempre hemos tenido una relación muy bonita ¿Sabes? Y me duele tanto por él... porque ha decidido quedarse con lo malo y eliminar lo bueno de un zarpazo.

Nosotros Nunca [YA EN PREVENTA]Where stories live. Discover now