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Dylan.

Mi padre ha muerto.

Y con él el último resquicio de nuestra familia.

Me duele el corazón.

—La vida te enseña quién sí y quién no, pero la muerte te enseña quién estará siempre. Creo que puedo hablar por todos nosotros si digo que Rick, ya no el padre, sino el policía, amigo, hijo, hermano, tío y esposo —miro a mi madre disimuladamente—, ha dejado el listón muy alto a las siguientes generaciones. ¿Estaré a la altura? ¿Seré tan buen padre como él lo ha sido? ¿He sido el hijo que merecía? —vuelvo a mirar a mi madre, pero esta vez me topo con la mirada de Agus—. Creí que volver a Nueva York me haría reencontrarme con esa parte que tanto necesitaba de mí pero que había dejado escapar. No esperaba hacerlo de esta manera. No estaba en mis planes darme de bruces con la realidad. Entender que padre es el que está, no el que pone en el papel. Que el amor que siembras se recoge y él se ha ido con el corazón lleno. Que la vida, al igual que las estaciones del año, viene y va, pero lo que dices, haces y sientes prevalece en los libros de historia. Porque, si algún día alguien escribiera una historia sobre él... —arrugo el papel que sostengo entre las manos y lo tiro al suelo. Las lágrimas lo habían empapado y no se leía nada—. Papá, no sé si me estás escuchando o sí... Por el contrario, cuando el corazón deja de latir el alma se desvanece, hasta desaparecer. Pero si lo estás haciendo, si estás aquí... lo siento. Siento tantísimo no haber sido el hijo que esperabas. Siento no haber podido arreglar nuestra familia, papá. Espero que donde estés ahora puedas empezar de cero con gente que de verdad te quiere, aunque aquí dejes el legado de tu nombre, tu corazón y tus valores.

Las lágrimas inundan el césped. A mi alrededor se forman charcos de dolor. Deslizo la mirada en busca de los ojos cómplices de Natalia, que asiente con la cabeza, la nariz y los ojos rojos, un pañuelo en la mano y la luz más poderosa de este lugar.

—Solo quiero que sepas que te quiero, papá. Nunca he dejado de hacerlo.

Me bajo de la tarima y corro a refugiarme entre los brazos de Natalia, que me aprietan contra su pecho como si nada ni nadie pudiera en este mundo separarnos. Zack me pasa una mano por el pelo y entrelaza su brazo con el mío. En frente, separados por el ataúd que aún guarda el cuerpo caliente de mi padre, veo a Serena y a Agus mirar fijamente la madera. Mi madre lleva puestas unas gafas de sol. Va vestida de traje, pero no se ha molestado ni en quitarse la placa que aún cuelga de su cuello. Niego con la cabeza a la vez que aparto la mirada y echo un vistazo alrededor. Está repleto de gente. No sé si parece el funeral de mi padre o el de una estrella del rock. ¿Quiénes son todas estas personas? No pintan nada aquí.

—Quiero que se vayan —murmuro.

—¿Qué?

—La gente. La mitad de ellos hablaron mal de nuestra familia a nuestras espaldas cuando mi madre nos abandonó. Han estado todo este tiempo inventando rumores hasta acabar con nosotros... no quiero que estén aquí.

—Vale —dice Natalia.

—¿Vale?

—No quieres que estén ¿no? Los echaremos —dice, confiada—. La única persona que tiene poder de palabra hoy eres tú, macarra. Ni tu madre, ni tu familia, ni la gente... solo tú. A tu padre le gustaría que estuvieras bien y si eso conlleva echar a toda esta gente de aquí...

No le da tiempo a terminar cuando Zack avanza dos pasos y grita:

—¡SI ALGUNA VEZ HABÉIS QUERIDO A ESTE BUEN HOMBRE, MARCHAOS!

La gente murmura, otros le insultan, pero finalmente decido ponerme a su lado. Agus le dice algo a mi madre en el oído y caminan hasta nosotros.

—Dylan, soy su exmujer, merezco estar aquí.

Nosotros Nunca [YA EN PREVENTA]Where stories live. Discover now