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Dylan.

Me gustaría decir que no les he echado de menos, pero mentiría. Sólo por esto, las risas, esas que se vuelven heridas en el momento en el que Ulises, uno de los gemelos Jones, saca una bolsa de cocaína en el baño del bar en el que llevamos dos horas y arma una raya de polvos blancos sobre el lavabo. Nick le observa con ansia. Se frota las manos con nerviosismo y se relame los labios, mientras enrolla un billete haciendo un tubo con él.

Ulises se agacha y a la que va a esnifar me mira, sonríe y por cortesía pregunta:

—¿Quieres probar, Brooks?

Tres palabras son suficientes para recordar la noche en la que me alejé de todos ellos. Las bolsas llenas de pastillas. Los polvos blancos. La marihuana. Los litros y litros infinitos de alcohol. El miedo. La rabia. El dolor. La pena.

Enfrente de mí tengo a mis amigos, pero no los reconozco. Entonces sé que ya no son mis amigos, por lo menos no los que conocí. Me quema el pecho. Tengo los oídos taponados. Ni siquiera escucho la música del garito. Y todo se vuelve negro. El ambiente me envuelve y la cabeza me explota. No puedo presenciar esto. No quiero ser cómplice de la muerte en vida de las personas que quise.

De un zarpazo tiro al suelo las dos rayas de cocaína que hay sobre el lavabo. Había.

Rápidamente meto las manos en el grifo y salgo del baño ignorando los gritos de esa panda de mononeuronales. Me voy del bar sin pagar mi última copa. Los camareros gritan. En la calle, justo en la entrada, siento cómo alguien tira del cuello de mi camiseta y me estampa contra la pared de ladrillo del edificio. En cuestión de segundos una mano aprieta mi cuello con fuerza.

—¿Pero que...? —enfoco la vista y veo a Nick bufando en frente de mí, hecho una furia—. ¡Pégame! ¡Vamos, pégame! ¡Lo estás deseando!

—¡Pues sí! ¡Te mataría, Brooks! —grita. Y me suelta, después de permanecer unos segundos en el aire—. ¿Sabes lo que has hecho? ¡Era lo último! ¡No tenemos nada más! ¡Por tu culpa, joder!

—¿Te estás escuchando? Me quieres matar por una puta raya de cocaína, Nick —mascullo. Me froto la cara y me echo el pelo hacia atrás—. Necesitas ayuda —miro a los demás y niego con la cabeza—. No estáis bien, ninguno.

—Eh, a mí no me mires así. Estoy perfectamente —dice Pelirrojo, con los ojos rojos de fumar marihuana.

—Cállate, tío —Ulises le da un golpetazo en el brazo. Se acerca hasta mí y repite la misma respiración profunda hasta en tres ocasiones. Como si necesitara calmarse. Como si estuviera reprimiendo sus emociones, esas que le dicen que debe pegarme. Acabar conmigo. Algo así como lo que está haciendo la droga con él—. Esto no se va a acabar aquí. Nos debes una.

El ambiente se vuelve cargado, tenso, imposible de respirar. Un silencio ensordecedor se adueña de la situación. Mi rostro va evolucionando a medida que los segundos corren en el tiempo.

—¿Estás de coña?

—No.

—¿A quién le debéis dinero?

—Promete que no te enfadarás —dice Nick.

Tiene que estar de broma.

—¡Hace dos minutos estabas a punto de pegarme! ¡Di lo que sea que tengas que decir de una puta vez y déjate de tonterías!

—Al padre de tu novia —se adelanta Ulises, con rostro serio—. Bueno, no sé si a él. Pero sí a la organización criminal en la que está involucrado —se saca un papel del bolsillo y me lo tiende. No me salen las palabras. En el papel, hay dos frases amenazantes hechas con recortes de revista, como si esto fuera una jodida película de ciencia ficción. De la presión dejo escapar una carcajada—. No tiene ni puta gracia, Dylan.

Nosotros Nunca [YA EN PREVENTA]Where stories live. Discover now