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Natalia.

—He sacado dos billetes de avión para Madrid.

Zack se atraganta con la tostada y tose. Bebe café para suavizar la garganta, mira hacia un lado y otro para asegurarse que Dylan no está cerca. Antes de que diga nada, añado:

—Todavía no se lo he dicho, no he encontrado el momento —añado.

—¿Todavía no has encontrado el momento para decirle a tu novio que mañana estarás volando a la ciudad que hasta hace días odiabas? —su tono de voz suena a burla y tuerzo el morro. Zack le da un mordisco gigante a la tostada—. Sé que todo está sucediendo demasiado deprisa, enana, pero ¿Estás segura de estar haciendo lo correcto?

—¿Las veces que te has equivocado tú sabías que te estabas equivocando? No ¿Verdad? Pues... yo tampoco. Pero siento que es lo que tengo que hacer.

—Hay una gran diferencia entre tener y querer.

En ese momento, Dylan baja las escaleras dándonos los buenos días, antes de que llegue hasta nosotros miro a Zack, que espera con calma una respuesta convincente.

—Quiero hacerlo.

—¿Qué quieres hacer, morena? —Dylan me propina un beso en la coronilla, toca con intensidad la parte baja de mi espalda y me da la espalda para abrir la nevera. Saca una botella de zumo de naranja. Al beber, se le queda mara en la zona del bigote y deslizo el dedo pulgar por su piel. Él me mira con los libros entreabiertos. Y sonríe—. Pide por esa boquita. Te daré cuanto quieras.

—Yo me voy a dar una ducha. Lo mejor será que os deje solos.

Zack se bebe de un trago el café restante y no duda en desaparecer. Dylan contempla la situación desde la lejanía en lo que a entendimiento se refiere. Yo me siento de vuelta en el taburete y sigo desayunando.

Dylan tiene todas las posibilidades para tomárselo bien. Aún así, espero que se siente en el lugar que antes ha ocupado Zack. No pienso sacar el tema hasta que no vaya por la mitad de su desayuno. Por lo menos, que le pille con el estómago lleno.

—Quería hablarte de algo.

—Dime —contesta con la boca llena.

—Anoche intenté decírtelo, pero creo que elegí un mal momento.

—Ah sí, lo de viajar a Madrid. Te escuché, pero estaba tan cansado que debí quedarme dormido antes de contestar —concreta. Al instante suelta una carcajada, sin dejar de mirarme. Como si nada, le da un mordisco a la manzana. Yo frunzo el ceño—. No ibas en serio ¿No? Yo también quería proponerte algo. Me gustaría pasar una temporada aquí. En Nueva York.

Me quedo callada unos segundos. No me salen las palabras, ni siquiera sé qué quiero decir. He olvidado qué tengo que decir. Ya no recuerdo con exactitud la diferencia entre... ¿tener y querer era? Quiero que venga conmigo, pero no tiene porqué venir. Tengo que decírselo, pero no sé si quiero hacerlo. Quiero volver a Madrid, pero no tengo porqué volver con el monstruo de las pesadillas.

—Natalia, no estabas diciéndolo en serio ¿Verdad?

Su gesto ha cambiado por completo. Hasta ha soltado la manzana. La sonrisa de su rostro ha desaparecido. Me mira ojiplático, con los labios entreabiertos. Su pecho sube y baja con normalidad, pero no sé por cuánto tiempo será así. Yo le miro con gesto triste. Y hago una mueca.

—Tienes que estar de coña —espeta.

—Deja que te explique...

—¡A Madrid! —exclama, llevándose las manos a la cabeza. Zack, que decide no ducharse, baja las escaleras echando hostias. Dylan voltea para verlo—. Tú lo sabías ¿No? Sabías que quiere volver a Madrid. ¡Y no le has sacado esa maldita idea de la cabeza! ¡Qué clase de amigo eres!

—Uno que escucha antes de hablar —le reprocha—. ¡Por el amor de Dios, Dylan! ¡Escúchala! ¡No es una puta lucha de egos para ver quién la tiene más grande! ¡Mira más allá de tu propio culo por una vez en tu vida!

—¿Qué coño me estás queriendo decir?

—No sé ¿Qué es lo que entiendes tú? —Zack se encara con él. Yo les pido que paren, que se alejen. Pero me temo que ya es demasiado tarde.

Veo como Dylan frunce el morro, aprieta la mandíbula y aprieta el puño. Zack ha tirado la primera piedra y Dylan está dispuesto a tirarle todo el saco. No puedo permitirlo.

—¡Callaos los dos! —grito. Me acerco hasta Dylan y tiro de su mano, haciendo que me siga para terminar unos metros alejados del rubio. Sé que solo quiere ayudar, pero la situación sólo puede ir a peor—. Dylan, escúchame.

—No, escúchame tú a mí —pone sus manos en mis mejillas y baja la mirada al suelo. Su nariz roza la punta de la mía. Exhala aire sobre mis labios—. Me hiciste prometer que no te dejaría volver. No puedo fallarte. Yo no.

—Quiero volver, Dylan. Todo tiene una explicación.

—¿Qué motivo, Natalia? ¡Allí viven las personas que más daño te han hecho! Tú misma lo has dicho siempre, volver allí sería el mayor error —se le quiebra la voz—. No quiero que te ocurra nada. No quiero perderte.

—Dylan... —contengo las lágrimas—, no me va a pasar nada —me autoengaño—. Está decidido, tengo los billetes. Hoy de madrugada sale el vuelo, bueno, mañana. Yo... joder, es la oportunidad de mi vida. Deja que te lo explique y...

—¿La decisión está tomada?

—¿Qué?

—¿Has esperado a decírmelo con la decisión ya tomada y los vuelos comprados?

—No entiendo qué me quieres decir...

—¿Dónde cojones queda la confianza que dices tener conmigo? ¡La comunicación! ¿Dónde queda eso de "juntos somos un equipo" cuando uno de los dos comienza a jugar por separado?

—¿Por qué estás hablando de ti y de mí como si ya no existiera un nosotros? —me atrevo a preguntar.

—Nosotros —repite, con incredulidad.

—¿Sí?

—Nosotros nunca, Natalia.

Siento mi corazón reducirse a escombros.

No respondo, no encuentro las palabras exactas para darle una respuesta que le haga entrar en razón. Dylan asiente con la cabeza, se seca las lágrimas antes de que caigan por su rostro y desaparece de mi vista, pasando por mi lado y chocando su hombro con el mío. Se acerca a la puerta de la calle y, justo antes de pulsar el manillar para abrirla, se gira y sin mirarme murmura:

—Sólo espero que el día que te arrepientas de haber vuelto a los brazos que te rompieron en pedazos y de los que huiste no sea demasiado tarde.

—¿Demasiado tarde para qué? —me atrevo a preguntar. Dylan aprieta los labios y me mantiene la mirada. No sé si quiero saberlo. Pero necesito escucharlo. Quizás sea lo único que pueda hacerme entrar en razón—. Dime ¿Para qué?

—El diablo no negocia, Natalia.

—¿Qué?

—Te romperá el corazón. Y sólo espero que no haga que deje de latir. 

Nosotros Nunca [YA EN PREVENTA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora