34

345 20 3
                                    

Dylan.

Salgo de la ducha con una toalla enrollada en la cintura que cubre mis piernas, el pelo mojado y ligeramente despeinado y gotas de agua que resbalan por mi piel. Me ha sentado de maravilla. Lo necesitaba. La ropa apestaba a alcohol, la he tirado en el cubo de la ropa sucia sin revisar los bolsillos, ya lo haré en otro momento. Me he echado el desodorante y me he bañado en perfume, ese que tanto le gusta a Natalia. No me quiero imaginar lo que ha tenido que significar para Natalia verme así. Oler. Relacionar mis actos con el monstruo de las pesadillas. Aunque no lo diga en alto, sé que lo piensa.

En el salón encuentro a Natalia sentada en el sofá, inclinada ligeramente hacia delante con las manos sobre la cara. No se molesta en mirarme cuando me escucha bajar las escaleras. Zack pone los ojos en blanco y se acerca a la puerta de la calle. Me fijo en las maletas que reposan al lado del marco.

—No puedes irte a Madrid —le digo a Natalia, que me mira con incredulidad.

—Claro que puedo.

Zack se acerca hasta mí. Sé que debería decir lo que vi, lo que descubrí. Sé que debería ser sincero con ella, conmigo. Que, quizás, si fuera consciente de la realidad no regresaría nunca a los brazos de ese malnacido. Pero no puedo. No encuentro las palabras exactas para explicarlo. Ni siquiera sé si es eso lo que ella quiere, quedarse aquí, conmigo. ¿Y si lo único que quiere es huir? No podría hacerle eso. Atarla. No puedo. No... ¡Joder!

—¿Sabes algo que tengamos que saber los demás? —pregunta el rubio.

—No.

—Dylan —repite, con seriedad.

Ni yo me creo lo que estoy diciendo ¿cómo se lo va a creer él?

—He dicho que no —sentencio. Zack asiente con la cabeza, pero no parece conforme con la respuesta—. ¿Podemos hablar?

Se encoge de hombros y camina, alejándose de Natalia. Yo le sigo.

—Está muy enfadada ¿Verdad?

—No es plato de buen gusto que estés hablando con alguien sobre un tema importante y se marche. Mucho menos si después viene con la patraña de una película de drama con el "No te vayas". Somos adultos, Dylan. Los problemas se hablan, no se evitan.

—Cuídala —me limito a decir.

Él frunce el ceño. Señalo su maleta.

—Somos adultos —continúo—. ¿Vamos a negar lo evidente? Te vas con ella. Incluso, me arriesgo a decir que no te lo ha pedido. Por eso yo te pido que la cuides. Sé que lo harás, te conozco. Pero quiero asegurarme.

—Deberías ser tú el que ocupara mi asiento en el avión.

—No puedo.

—No puedes ¿O no quieres? —me rebate.

—¿Me vas a venir con esas? ¿Tú?

—Lo que estás haciendo es digno de un cobarde —masculla.

—Habló. El que va a seguir a su amiga cruzando el charco con la excusa de no dejarla sola, cuando en realidad lo que busca es huir de sí mismo. Lara no merecía que la dejaras tirada en el aeropuerto después de ser tú el que propusiera el viaje.

—Natalia no merece que le hagas esto.

—Entonces somos dos putos cobardes —sentencio.

Zack enciende el teléfono y revisa la hora en la pantalla de bloqueo.

—Cuídate, Dylan. Lo necesitas —me choca el hombro y camina hasta el salón. Se para a unos metros de Natalia, que sigue en la misma postura—. Natalia, vamos a perder el avión.

Nosotros Nunca [YA EN PREVENTA]Where stories live. Discover now