En un mundo donde la oscuridad amenaza con consumir las tierras ancestrales, surge una historia de valentía y amistad inquebrantable. Kaede Nakamura y Daniel Takahashi. Ella, una loba samurái de espíritu indomable, lleva consigo el legado de su lin...
Daniel: No lo entiendo, ¿por qué has venido? Soy perfectamente capaz de cuidarme -refunfuñó hacia Inari.
Inari: Kaede está preocupada por ti -respondió el elfo-. Te ha escuchado murmurar.
Daniel: ¿Y qué importa eso? -replicó con odiosa testarudez.
Daniel y Inari, solos, se abrían paso entre el pasto con la nieve hasta los tobillos. Conocían cada centímetro de aquel lugar. El campamento estaba hacia el norte. Un pequeño bosque se extendía por todo el oriente. Sus árboles parecían esculpidos en piedra y fácilmente podrían tener un par de cientos de años. Una superficie larga y plana era seguida por un acantilado de color blanco. Daniel estaba seguro de que podía ver la entrada de la estructura y le hubiera gustado explorarla, pero no había manera de llegar hasta ella. El acantilado estaba protegido por una energía maligna que ni siquiera el poder combinado de dos dioses podría romper.
Daniel había tomado su amuleto y desde que despertó por la mañana, este tenía más fisuras y ahora presentaba un tono rojizo. Aquella energía maligna luchaba contra la energía pura del amuleto por su control. Era una batalla en la que ninguna de las dos energías cedía ante la otra.
Inari: ¿Qué te pasa? -preguntó.
Daniel: ¿Qué me pasa? Solo dale tiempo para asimilarlo -respondió sin mirar a Inari-. O eso dices, tú.
Inari: Oye, es evidente que algo te ocurre -insistió-. Suéltalo, por favor.
Se oyó el sonido del viento moviendo las ramas de los árboles. Había comenzado a nevar nuevamente. Daniel se dio media vuelta; tenía una expresión ruin, nada propia de él.
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Daniel: Está bien, lo soltaré -dio un resoplido-. No esperes que cruce de brazos mientras haces todo tú y yo quedo en segundo plano. Limítate a hacer tu trabajo.
Inari: ¿Mi trabajo? -se asombró-. ¿Tú en segundo plano?
¡Fuuuuu! ¡Truuuuu! El viento agitaba cada vez con más fuerza, tamborileando los árboles, haciéndolos crujir. El desconcierto sofocó el júbilo de Inari, porque Daniel estaba diciendo que se concentrara en su trabajo, pero ¿qué trabajo?
Daniel: No es que me lo esté pasando en grande aquí -dijo-. Intentando descifrar la forma de entrar al siguiente templo, partiéndome la cabeza pensando sin ningún resultado y mientras tú y Kaede se escapan para tener intimidad.
Inari: Daniel -intervino, pero en voz tan baja que el chico hizo como si no lo hubiera oído, ya que el viento amortiguaba el sonido.
Daniel: Creías que no lo sabía ¿eh? -insinuó.
Inari: Escucha, yo amo a Kaede y ella me ama a mí, no tienes por qué enojarte. Voy a cuidar bien de ella -dijo con calma intentando razonar con Daniel.
