6. UNA PROPOSICIÓN INDECOROSA

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Eranthos se sentía frustrado, impaciente y preocupado. Habían pasado dos semanas desde su llegada a Caldastea, y no habían tenido noticias de la princesa Tiaris, a pesar de que la buscaron; él mismo en las noches. Sabía que ella seguía en el palacio, pero no se mostraba. Eranthos dudaba de que esa versión fuera la real, y, en verdad, la tuvieran escondida. Trataron de ser disimulados en sus averiguaciones, y no levantaron sospechas, pero Eranthos estaba cada vez más frustrado, y esto se notaba en su humor.

Sus dos semanas de estancia habían consistido en una rutina del todo anodina y protocolaria. Lo habían tratado a él y a su comitiva con todos los lujos y honores, en un claro intento de tenerlo ocupado y concentrado en lo verdaderamente importante, la elección de una prometida.

Por las mañanas se levantaba antes que nadie, pues le gustaba hacerlo antes del alba, cuando todo estaba en silencio, y antes de que lo obligaran a seguir la agenda de eventos preparada en su honor. Tuvo que reconocer que disfrutaba de los sonidos del agua en aquel lugar, que se había ganado justamente el título del Tesoro de las Once Fuentes.

Al palacio, por tres de sus lados, lo rodeaba un inmenso lago, de aguas calmadas de un azul oscuro profundo, seguido de un lejano horizonte de altas montañas, de las que se adivinaba, y se escuchaba a primera hora de la mañana, la caía de infinitas cataratas. Todo el complejo palaciego, inmenso, y alejado en unas millas de la ciudad principal del reino, parecía querer adentrarse en las aguas de ese lago como un imponente barco.

Los canales y las fuentes discurrían a lo largo del extenso jardín que precedía a las dependencias palaciegas, con amplios espacios para el ocio, el entreno, las caballerizas, un puerto y diversos y hermosos cenadores de hierro y mármol. Los jardineros ponían todo su empeño en cada detalle, en cada flor, en cada planta elegida y meticulosamente colocada para crear un escenario totalmente poético y simbólico, que contaba la historia de Caldastea a través de las especies, los colores, los olores y las formas.

Solía salir a pasear por estos lugares completamente solo, mientras observaba el cielo colorearse de luz. Era el momento perfecto para pensar en todo, y desde que estaba allí, en una persona en concreto. No había ni un solo retrato de la princesa Tiaris en todo el palacio con el que poder hacerse una idea, hasta el punto de empezar a temer no reconocerla si la viera por casualidad. Eso lo atormentaba.

Caminaba pensando en esto, sobre una de las extensas praderas perfectamente recortadas que se encontraban a unos cientos de metros del palacio, rodeadas a ambos lados por frondosos árboles de hoja caduca. Sintió entonces, cerca de la línea del horizonte, una figura aparecer, en el otro extremo de la verde pradera. La luz ya iluminaba con rayos anaranjados que teñían todo de colores irreales y cálidos.

Era una mujer, alta, morena, que vestía de verde esmeralda. Un vestido sencillo, de amplia falda, y una capa por encima, de un color más claro, haciendo que se fundiera con el paisaje de mismos colores. La acompañaba un hombre, un escolta, pues vestía las ropas de la guardia real, de colores pardo y blanco. Por lo que le habían dicho, Tiaris solo tenía asignado un escolta, a diferencia de las hermanas, que contaban con cuatro cada una.

Ella volvió el rostro hacia él. Tenía que ser ella. No la distinguía del todo, por la lejanía, pero casi podría jurarlo, pues mostraba una actitud regia. Se quedó paralizado, tratando de adivinar qué iba a hacer. Su escolta se inclinó sobre ella y le dijo algo al oído, con una confianza que a Eranthos no gustó, pues demostraba la complicidad existente entre ellos. Un escolta no se comportaba así.

Esto confirmaba lo que había escuchado y no querido creer, que entre la princesa y el joven soldado existía algo más que una relación de servicio de él hacia ella. Había quien decía que, incluso, eran amantes, pero las damas de compañía de Tiaris se lo habían desmentido a Tuyer directamente, confirmando que entre ellos existía tal complicidad, pero porque el soldado estaba prendado de su señora, sin embargo, no era recíproco. Eso había dado esperanzas a Eranthos, pero al verlos en ese momento, algo desagradable se removió en su interior.

Una princesa para un rey --Completa--Donde viven las historias. Descúbrelo ahora