EPÍLOGO: SIN FRONTERAS

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—¿Por qué ejecutarlos? ¿No te convierte eso en peor soberano? —preguntaba Taitane, contrariada. Tiaris sonrió, y miró a su hija, llena de orgullo. Iba a ser una gran reina de Caldastea.

—Los nuevos comienzos exigen un sacrificio previo. La muerte y la vida son la misma cosa, Taitane. Hay que saber mostrar clemencia en la misma medida que severidad —le contestaba, mientras miraba las lápidas de toda su familia, a la que visitaba en cada aniversario de su muerte.

—Pero era tu familia, madre, la mía, ¿por qué no mostrarte por encima de ellos desde el perdón?

—Perdonar no te da el derecho a estar por encima de nadie. El perdón solo llega con el olvido del dolor, Taitane, y al mandar ejecutarlos a todos, lo que estaba tratando de hacer era protegeros a vosotros, y dar un poderoso mensaje a toda la Tierra Conocida —contaba Tiaris, volviendo a ese instante, hacía dieciséis años, cuando vio colgar los cuerpos de su padre, su madrastra, sus cuatro hermanas y su primer prometido—. Recuerda que fue la propia Selena, tu tía, quien ahogó a tu hermano Erhevan con sus propias manos, ¿crees que un ser como ella merece seguir viviendo? En ese momento solo pensaba en defender a mis futuros hijos. Gracias a ese acto, los seis habéis crecido sin amenazas, aquí, en el Tesoro de las Once Fuentes, como herederos por derecho.

—Yo creo que debiste mostrar clemencia; la gente puede cambiar —se mantuvo Taitane, siempre buscando el argumento de la justicia.

—¿Acaso ellos mostraron clemencia conmigo durante mi infancia? —le recordó ella, alzando las cejas.

—Todos, hasta los más crueles, pueden cambiar, ¡mira padre! —insistió su hija.

—Tu padre cambió en cuanto me conoció a mí, y, aun así, su verdadera naturaleza nunca morirá —sonrió Tiaris—. Si algo os pasara a vosotros, o a mí, barrería la Tierra Conocida de vida, sin clemencia.

—Entonces, ¿solo el amor redime?

—Sí, Taitane, solo el amor redime, con tiempo, pero hay que conocerlo antes. El amor que siento por mis hijos, finalmente me llevó a abandonar el rencor.

—¡Madre! ¡Tai!

Tiaris y Taitane se volvieron cuando Telbade las llamó. La hermana melliza de Taitane sonreía eufórica. Ambas contaban ya quince años, y se estaban convirtiendo en las dos mujeres más hermosas que los relatos pudieran contar. Al igual que Erhevan en su momento, habían nacido con la exacta apariencia de su padre, y, por tanto, de su abuela paterna. Taitane estaba destinada a reinar en Caldastea, mientras que Telbade había elegido seguir a su hermano mayor, Áron.

—¡Madre! El barco está listo, ¡por fin! Acaba de llegar el mensaje —dijo, mostrando en su mano una carta. Tiaris sonrió, pero al mismo tiempo sintió una pena terrible.

—¿Cómo lo vais a llamar? —preguntó Taitane.

—Minaltui, por ti, madre —respondió Telbade mirándola, con gran sonrisa y enormes ojos verdes brillando de emoción.

—Tendremos que viajar a Hif-Garunt para verlo —respondió Tiaris.

Las dos hermanas se tomaron de las manos, y Taitane comenzó a animar a su hermana contando todas las historias sobre las que había leído acerca del Mar Infinito, mar al que nadie había tenido el valor de enfrentar para cruzar sus profundas y oscuras aguas azules.

Ese momento había llegado gracias al mecenazgo conjunto del rey Phroqas, su esposa Ha-Lua, y Eranthos y ella, como reyes de Erisalo, Ilinosos y Caldastea. El proyecto había nacido tras la vehemente insistencia de su hijo Áron, deseoso de ver mundo, pues, para el "rey sin fronteras", la Tierra Conocida se le había quedado pequeña después de recorrerla durante cuatro años, tal y como pronosticara Nuna en el Salón de Tearal el día de su nacimiento.

Una princesa para un rey --Completa--Where stories live. Discover now