31. LA JOYA DE LA FUENTE

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La nueva posición de Tiaris la había privado de la libertad con la que viviera cuando era completamente ignorada por toda la corte del Tesoro. Ahora, no había día que no tuviera un encuentro o reunión con alguien. Quien no la había visitado nunca, y seguía sin hacerlo, era su propio padre.

Se le había organizado una agenda, que se planificaba semana a semana. Ella contaba con nueve semanas para decidirse por uno de sus pretendientes. Ya se había anunciado que el rey erisalo acudiría al Tesoro, y se mostraría por primera vez desde que comenzara su reinado. Era, sin duda, lo más comentado de todo lo ocurrido en la última semana, junto con la entrada en escena del soberano hífgaro.

La tensión era tanta que, después de la primera semana, el canciller quiso reunirse con ella. Su opción era Veron, pero era claramente inferior a sus rivales, por mucho que fuera el favorito de la corona caldastea, y el canciller quería subsanarlo.

El duque y ella se habían reunido en varias ocasiones, las mismas que con Phroqas. Lo normal era una diaria para cada pretendiente, pero al estar ausente el rey erisalo, sus dos rivales habían ganado más tiempo para ellos. Los encuentros con Veron resultaban anodinos, y siempre acababan antes de tiempo. Todo aquello era para él un contratiempo, y después de lo que le había hecho a Tiaris, ella apenas mostraba emoción alguna a su lado, desesperándolo. Era por eso, que intervenía el canciller.

—Que nos dejen a solas —ordenó él cuando hubo entrado a uno de los pequeños salones de la nueva área asignada a Tiaris.

—Eso no será posible —respondió ella sin que le temblara el pulso.

Ambos se sostuvieron la mirada. Ella seguía odiándolo y temiéndolo, y era por eso que se había atrevido a contradecirlo en esta ocasión, pues lo conocía lo suficientemente bien como para saber que había ido para intimidarla, para obligarla a seguir con el plan que él tenía en mente, y que Eranthos había echado por tierra.

—Tenemos órdenes de no dejar sola a la princesa mientras nuestro rey no esté en el Tesoro —comentó uno de los soldados erisalos, Ulker—. Dado que los otros dos pretendientes contarán con más tiempo, nos aseguraremos de que no se produce ninguna anomalía que lo perjudicara, ni a él, ni a ella. Conocemos muy bien las intenciones de la corona caldastea.

El canciller lo fulminó con la mirada. Tiaris lo estudió con frialdad, tratando de controlar su propio pulso. Ella no habría sido capaz de enfrentarse a él de haberse quedado a solas. Desde que Eranthos conociera su secreto, y ella estuviera ahora más expuesta, se había vuelto más tenaz en lo referente a su seguridad. Nadie se había molestado en asignarle guardias reales y evitar a los erisalos, lo cual era significativo.

—Insolente, estás hablando con el canciller de Caldastea, y en este palacio se hará lo que yo ordene —espetó con maldad, e hizo una señal con la mano para mandar llamar a la guardia real.

—Canciller —lo cortó Tiaris—. Privadme de la seguridad erisala, y antes de que empecéis a atormentarme, el propio embajador estará aquí.

Áron dio un paso al frente, agarrando el mango de su nueva espada erisala, regalo de Eranthos, mirando al canciller y a los que lo acompañaban, con una clara advertencia.

—Te estás equivocando, niña —siseó el canciller.

—Ya no soy esa niña, canciller. No sé si es que aún no os habéis percatado de que en mi mano está el futuro de la Tierra Conocida, lo que os incluye a vos —lo retó Tiaris desde su posición, respaldada por dos erisalos y Áron—. No podéis ya coartarme más. Se acabó la Torre Azul y el infierno que me hicisteis vivir. Ya no estoy en vuestras manos. Ahora cuento con el respaldo de Erisalo e Hif-garunt. Volved a intentar algo contra mí, y os juro que provocaré la guerra que acabe con vos y con Veron.

Una princesa para un rey --Completa--Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora