23. PETICIÓN INESPERADA

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Tiaris se sentía abrumada con lo que estaba recibiendo de Erisalo, pero tuvo que mantenerse impasible, adoptando el papel de indiferente, como le habían exigido. Sin embargo, ella tenía otro plan completamente diferente.

Ya tuvo que encarar, hacía un día, al canciller, quien la presionó de la forma más vil, con terribles amenazas. Debía rechazar al rey erisalo, bajo pena de muerte del embajador. Al parecer, al canciller le convenía más el plan inicial, que las riquezas de Ilinosos, y su padre se negaba a entregar la mano de Serina al duque. Veron habría tenido mucho peso en toda la trama, mientras que Selena tendría que hacer su juego por su parte.

Ninguno se imaginaba lo que ella planeaba, y lo que ya sabía. En esos momentos, tenía poder sobre todos ellos: Selena, su padre, el canciller, Veron, Serina y el embajador. Lo que ella debía buscar, era alargar todavía más esa situación, para hacerla estallar con su propia marcha.

Accedió a seguir los planes del canciller, de no aceptar al rey erisalo, pero ella tenía otra estrategia, pues ellos no sabían que el embajador y ella ya tenían suficiente relación como para que ella pudiera negociar de tú a tú con él. Mientras tanto, haría creer a todos que les daría lo que querían.

—Eso no es posible —dijo el mayordomo principal al requerimiento de Sarghen de dejarlos a solas—, según se acordó...

—No me importa en absoluto lo que se estipulara, y espero no tener que escuchar que se le niega alguno de los regalos o las personas que he puesto a su servicio —lo interrumpió ferozmente el primer embajador, y alzó la voz con una orden—. Puede retirarse todo el mundo.

Al principio nadie se movió, hasta que los soldados erisalos amagaron con sacar las armas. Al momento, las cerca de veinte personas allí presentes, desaparecieron, dejándolos solos.

El embajador se levantó, agarró la pesada silla por el respaldo y se la llevó consigo, para sentarse junto a Tiaris, que lo observaba entre molesta y curiosa. Después, cogió la jarra de plata que les dejaron, y sirvió dos copas de cristal con el vino rojo caldasteo.

—Creo que os estáis sobrepasando y poniéndome en peligro —le susurró Tiaris, sin apenas moverse se su estaticidad de perfecta princesa.

—No os preocupéis, princesa —le prometió con dulzura, mirándola desde su respaldo, pero ya más cerca de ella—. Ahora estáis bajo mi directa protección. Sabéis que ese es el mensaje implícito al otorgaros a mis soldados como escolta. No osarán haceros nada. He elegido a los mejores.

—¿Y puedo estar a salvo de vos?

—Lo estaréis, sí. —Sarghen se acercó más a ella, apoyando los codos sobre la mesa—. Sé que esta es una auténtica declaración de intenciones para todos, porque yo ya he hecho mi elección para Erisalo. Ellos lo saben, y van a tratar de impedirlo.

—Pero también pretendéis vigilarme —comentó ella molesta. Tener a su servicio personal erisalo, iba a complicar sus planes con Áron.

—Sí. No lo voy a negar, pero era inevitable.

—Me habéis colocado en una muy difícil posición. Una que no quería protagonizar —le espetó. Él pareció arrepentido.

—¿Qué queréis vos? Pedídmelo y será vuestro.

—Olvidaros de mí.

—Sois la mejor reina posible para los erisalos —la retó, mirándola a los ojos. Ella se quedó impresionada. Seguía sin querer pensar en esa opción.

—No puedo ser vuestra reina —dijo bajando la mirada.

—Sí que podéis, pero no queréis.

—No me gusta que me presionen —dijo volviendo a mirarlo.

Una princesa para un rey --Completa--Donde viven las historias. Descúbrelo ahora