El monstruo de las pesadillas (9)

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Natalia.

—¿Por qué sigues con él? Con... bueno, ya sabes. El monstruo de las pesadillas.

—Tu padre —me corrige.

—Sí —lo reconozco, muy a mi pesar. Me cuesta escuchar esa palabra. No merece que le llamen así—. ¿Por qué sigues al lado de una persona que te hace daño? ¿Qué te impide divorciarte? Si es por mí... casi que lo prefiero a... convivir con una persona que no sabe querernos.

—¿Por qué vuelves tú a sus brazos cuando te han causado dolor, hija? —me rebate, sin mirarme a los ojos. Estamos solas en casa, en silencio, sin que nadie nos moleste. Sin nadie que nos pueda hacer daño—. Se llama dependencia emocional.

—Y sin ella no existe el maltrato —termino diciendo—. Lo sé mejor que nadie, mamá. Pero... quizás haya llegado el momento de poner punto final a toda esta historia ¿No crees? Podemos irnos lejos, muy lejos. Tan lejos que hasta volver nos resulte complicado. A la otra punta del país, al norte, al sur. ¡A otro país! ¡O continente! ¡Aprenderemos otro idioma, conoceremos culturas nuevas!

—¿Por qué tenemos que huir nosotras si es él quien maltrata?

El silencio pesa sobre mi espalda.

—Sé que no es justo, mamá. Yo también lo siento así, pero a veces el miedo nos hace escapar en la dirección equivocada. Y nosotras nos constantemente equivocándonos. Regresamos continuamente a él. Y esto tiene que acabar.

Mamá suspira y me agarra las manos. Las acaricia y sostiene entre las suyas. Son suaves al tacto. Siento el frescor de sus anillos. Me llama por mi nombre para que alce la mirada. Y lo hago. Sus ojos me sonríen, pero la curvatura de sus labios no lo hace.

—A veces Cupido se equivoca. Eres demasiado joven para entenderlo, pero la experiencia en la vida te lo dirá... A veces, sus flechas son tan puntiagudas y afiladas que se enganchan con cualquier cosa. El día que yo me crucé con tu padre, la flecha que me lanzó llevaba un trozo de tela, que se convirtió en una venda para mis ojos. Imposible de destruir.

—Le quieres ¿Verdad?

Mamá no responde.

—Prométeme que si alguna vez tienes la oportunidad de escapar, lo harás.

—No. No me iré sin ti.

—Lo harás, Natalia. Tienes que prometerlo.

—¡No! —me resulta hasta ofensivo.

—No me grites —musita. Hace una mueca de disconformidad—. Promételo, por favor.

—¿Qué pasará contigo? ¿Cómo me aseguraré de que estarás bien? ¿Cómo sabré que el monstruo de las pesadillas no me buscará para hacerme daño? —me froto la cara, frustrada. Comienzo a andar de un lado hacia otro a lo largo del salón. Mamá me sigue con la mirada—. ¡No puedo prometerte semejante barbaridad, mamá!

—Si me quieres, te quieres a ti misma... si quieres a tu abuelo, allá donde esté, lo harás. El día que eso ocurra me enfadaré, incluso, puede que te grite, que no esté de acuerdo con lo que has decidido. Puede que, durante un tiempo, no podamos hablar. Que nuestros caminos se separen. Nada de lo que eso ocurra, será realidad. Debes tener muy presente que siempre estaré a tu lado ¿Lo entiendes?

—Sí, creo que sí.

—Yo no puedo escapar, todavía no. ¿Lo harás tú?

—Lo haré —murmuró, con tristeza en mis ojos—. Pero quiero que sepas algo.

—¿Qué?

—Tú no tienes la culpa, ni yo, aunque a veces me culpe de todo lo que está pasando.

—Lo sé, mi vida —me pega a su pecho y escucho su corazón. Desliza la yema de sus dedos por mis cejas. Sus latidos me relajan. Mis párpados se caen, al compás que lo hace una lágrima por mi mejilla—. Lo sé.

Y de repente, todo se vuelve negro.

Nosotros Nunca [YA EN PREVENTA]Where stories live. Discover now