49: LA CAJA DE PANDORA I

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No recordaba haber dormido tan plácidamente en los últimos veinte años. Sin miedos ni pesadillas, solo la hermosa tranquilidad que inundó su corazón, disipando el temor y permitiéndole respirar sin dolor alguno.

Aun cuando abrió los ojos antes de que el sol apareciera, se sentía ligero. Con una sonrisa, contempló al muchacho durmiendo en su regazo. Inclinó la cabeza, aspiró el aroma de su cabello y lo besó con dulzura. No quería levantarse, pero había demasiado en juego para detenerse. Así que con cuidado retiró los brazos que lo rodeaban, procurando no despertar a Kenneth, y se dirigió a la ducha.

La dureza de la noche anterior parecía haberse vuelto una matutina. Cerrando los ojos debajo del agua, la envolvió con los dedos. En medio de la oscuridad de su memoria, volvió a encontrarse con Kenneth. Era la segunda vez que lo veía de aquel modo; sin embargo, él había provocado solo una de ellas.

La imagen del chico retorciéndose, con el rostro bañado en sudor y los labios entreabiertos, resultó ser demasiado para su recién mermado autocontrol. Empujó una, dos, tres veces. También necesitaba esto. Le hubiera gustado que lo hiciera Kenneth; incluso lo imaginó.

—Mierda.

Un jadeo se escapó de su boca. Recostó la frente de la pared y continuó acariciándose. La necesidad era abrumadora; nunca había experimentado tal sentimiento por ninguna otra persona. Cuatro, cinco, seis... Gimió cuando su orgasmo estalló desde adentro, con violencia. Aunque se sentía un poco mejor, no estaba satisfecho. «Tendrá que esperar», razonó. Cuando tomara a Kenneth, esperaba hacerlo sin que una discusión acalorada lo impulsase. Quería que estuviera consciente; las emociones alteradas no contribuían a eso: solo provocaban errores que podrían terminar lamentando al final.

Se preparó en media hora. Completamente aseado, vestido con su acostumbrada camiseta sin mangas, pantalones ajustados y gabardina, además del cabello húmedo recogido en una coleta.

Cuando volvió a la habitación para despedirse, encontró a Kenneth ya despierto y sentado en la cama. Continuaba desnudo, de hecho, con una bonita erección apuntando hacia arriba y el cabello convertido en un desastre. Sus mejillas, ligeramente ruborizadas, contrastaban con la suave luz del lugar, y sus ojos traslúcidos eran como lunas llenas contemplándolo.

Ni siquiera se molestó cubrirse. Se puso de rodillas y le tendió la mano, llamándolo en silencio. Aidan no supo cuándo empezó a arrastrar los pies, adormecido, hipnotizado por su presencia. Kenneth tiró del cuello de su gabardina, acercándolo y lo besó. Sin importar cuán inocente pudiera ser el roce, debió contenerse para no renunciar a sus deberes y lanzarlo sobre la cama para terminar lo que iniciaron la noche anterior. En su lugar, se alejó despacio y le sonrió con honestidad.

—Me iré unos días —murmuró con la frente pegada a la suya. La decepción en sus ojos logró estremecerlo—. Es importante, no puedo...

—Está bien.

El Colmillo del Diablo | INFERNUM 1 | MPREGDonde viven las historias. Descúbrelo ahora