Capítulo 4. La zona del peligro

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Cada vez que Bellamy recordaba las ovaciones del público, se le formaba una sonrisa en el rostro

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Cada vez que Bellamy recordaba las ovaciones del público, se le formaba una sonrisa en el rostro. Aquellos buenos momentos cuando estaba en la cima, cuando ganaba casi sin esfuerzo por el coche que conducía, por las perfectas estrategias y, por supuesto, su talento. Amaba esa incomparable sensación cuando salía de la cabina del coche tras ganar el primer lugar y lo recibía su equipo con vítores, y los espectadores aclamaban su nombre como un rugido amortiguado por incesantes aplausos.

Aquellos eran los buenos tiempos, cuando la mención de su nombre no le provocaba escalofríos o tensaba su cuerpo como un cable estirado.

«¡Bellamy O'Neill! ¡¿Por qué golpeaste a Anthony Jackson?!» Los reporteros lo acosaban con preguntas. Lo seguían como una manada de hienas famélicas. «¡Bellamy O'Neill! ¡¿Sigues en el equipo Corvus?!» Su padre era quien se encargaba de responder que no había comentarios y alejar a todas esas personas. «¡Bellamy O'Neill! ¡¿Este es el final de tu carrera?!»

Y, en aquel entonces, antes de desaparecerse en Altamira, se volvió hacia todos aquellos reporteros, con sus cámaras y micrófonos en mano, e hizo una última declaración: «Es solo la primera vuelta».

Eso había sido hace más de dos meses, cuando todavía no había perdido la esperanza y estaba seguro de que volvería a Corvus, que su padre convencería al dueño del equipo de dejarlo regresar para la siguiente temporada. No había recibido una sola noticia al respecto.

Sin embargo, el miedo de escuchar su nombre en público seguía provocando una reacción adversa en él.

—¡¿Tú eres Bellamy O'Neill?! —Oír esa exclamación abandonar los labios de aquella extraña chica y ver sus ojos ampliados, escudriñándolo de pies a cabeza, lo hizo sentirse diminuto. Él no era así, pero...

—¿Se puede saber quién eres tú? —interrogó Eva, interrumpiendo sus desenfrenados pensamientos. Tal vez ella se había percatado de su nerviosismo—. No puedes entrar así a tus anchas.

La chica se relajó, mostrándose ligeramente avergonzada. Realmente tenía una apariencia peculiar; el cabello atado en una coleta alta con la mitad superior pintada de naranja y la inferior de rubio, sin mencionar el exagerado maquillaje en su rostro y la vestimenta a juego.

—Lo siento, tiene razón —se disculpó por lo bajo, terminando de entrar a la florería y cerrando la puerta a sus espaldas—. Pero ¿no me recuerda? Trabajé aquí el verano pasado.

Eva la escudriñó durante unos instantes y luego soltó una exclamación al recordarla. Toda la hostilidad no tardó en desvanecerse.

—¡Ah, eras aquella chica de cabello rosado! —exclamó—. ¡Leah Lock!

La chica, cuyo nombre parecía ser Leah, esbozó una suave sonrisa y asintió, señalando su cabello.

—Ahora es naranja.

Eva abandonó el costado de Bellamy y se acercó a la chica, abriendo los brazos para darle un abrazo.

—Pensé que no volvería a verte por aquí —comentó—. ¿Qué tal tu hermano?

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