Capítulo 11. Ahogado en el pasado

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Lo que duele del pasado no es lo que se pierde con el pasar del tiempo y el deterioro de la memoria, sino lo espantoso que, aún con estos factores en su contra, se aferra con garras de acero hasta hacerte sangrar

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Lo que duele del pasado no es lo que se pierde con el pasar del tiempo y el deterioro de la memoria, sino lo espantoso que, aún con estos factores en su contra, se aferra con garras de acero hasta hacerte sangrar.

A Connor Lynx le gustaba afirmar que no era alguien rencoroso, que la venganza no le provocaba ningún tipo de placer y que hacer sufrir a otros era una enfermedad que solo padecían los débiles.

Pero incluso él y sus valores flaqueaban, dando rienda suelta a la peor parte de sí mismo. La que nadie debía conocer...

—¡Alguien separe a estos dos! —ordenó Natasha Strein.

Connor escuchaba su voz como si estuviera debajo del agua, más concentrado en su respiración agitada y en Thorne que yacía debajo de él tratando de bloquear sus golpes. No podía parar, quería hacerlo, muy en el fondo, pero lo detenían los recuerdos de la anterior edición de Danger Zone.

En aquella ocasión, fue el equipo Lynx y 1968 quienes llegaron a la etapa final. Era todo o nada, pero Connor, desde el principio, sospechó que Thorne hacía trampa, había algo extraño en la forma en que sus contrincantes, por más buenos que fueran, flaqueaban en la última etapa y perdían todo. No era suerte, era alguien manipulando la situación desde afuera.

—¡Está saboteando los coches! —acusó Connor cuando, en la última carrera, 1968 les ganó a los Lynx con una facilidad enfermiza. Desde el inicio sintió que su Corvette no era el mismo, podía jurarlo por su vida.

Pero Natasha no estaba interesada en la justicia; su mayor prioridad estaba puesta en divertirse, en sentir algo de emoción aunque fuera a costa de otros. Así que, en aquel entonces, solo se acercó a Connor, le dio una palmada en el hombro y, con una sonrisa socarrona, dijo:

—El honor es solo para los débiles.

Connor se paralizó. Thorne podía ser el pedazo de mierda más grande de este planeta y aún así no sufriría repercusiones. Había ganado sin honor y se regodeaba sin atisbo de vergüenza.

—Sé más listo la próxima vez, Lynx —dijo Thorne, aprovechando su estupefacción.

Al día siguiente, Connor descubrió que tenía razón, su coche sí fue alterado. Unos cuantos cables cortados y era una suerte que el motor encendiera siquiera.

Por primera vez, sintió ánimos de venganza.

Y la estaba cobrando.

—¡Ya basta, Lynx! —Escuchó a su mejor amigo, Jos, tratando de detenerlo. Pero no quería obedecer, quería que Thorne sufriera, que se ahogara en su miseria, en la humillación y...

—¡¿Qué no oíste?! —Intervino otra voz. Le parecía vagamente familiar y, cediendo ante la curiosidad, detuvo sus golpes a Thorne para voltear a ver al dueño: el sin rostro—. No tires todo por la borda antes de que te derrote.

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