Capítulo 8. Sin rostro

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Por primera vez en toda su carrera, Bellamy O'Neill se alegró de no ser el centro de atención y de ocultar su rostro y su vergüenza detrás de un casco

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Por primera vez en toda su carrera, Bellamy O'Neill se alegró de no ser el centro de atención y de ocultar su rostro y su vergüenza detrás de un casco.

Cuarto lugar. De nuevo, cuarto lugar.

La catástrofe se repetía, el fracaso lo perseguía como un espectro. ¿Acaso jamás volvería a ganar en su vida? Este no era él, esto no...

—Bellamy. —Olvidó que Thomas estaba en la línea y, al escuchar su voz, fue sacado de su inminente pánico—. Bellamy, ¿estás ahí?

Se aferró con fuerza al volante, anclándose al presente. No era momento de lamentos, esto no iba a terminar así.

—Voy a arreglar mi error —avisó, tomando su celular.

—¿Arreglarlo? —cuestionó Thomas—. ¿De qué estás hablando? Llegamos en cuarto lugar, O'Neill...

Bellamy colgó antes de escuchar a Thomas decirle que habían perdido. Ya lo sabía, estaba más que consciente de sus equivocaciones y el resultado de estas. No obstante, al igual que su padre, no se rendiría así. Le quedaba una opción, una muy desesperada e incluso algo humillante.

Se aproximó a la limusina negra en donde se habían inscrito a la carrera. La fundadora de Danger Zone estaba dentro, moviéndose entre circuitos para presenciar la competición.

Tocó el cristal del lado del conductor y este lo bajó casi de inmediato, recibiéndolo con un gesto de pocos amigos.

—¿Qué quieres? —cuestionó con un tono rudo.

—Quiero hablar con la dueña —pidió Bellamy—. Por favor.

El conductor de la limusina frunció el entrecejo y volvió a cerrar la ventana. Bellamy no sabía si había sido ignorado o si estaba esperando un veredicto.

Este era un recurso desesperado. Leah le había dicho que a la creadora, Natasha Strein, le importaba más el espectáculo que los tiempos y quién cruzaba primero la línea. Si esa era la lógica, entonces tal vez, y solo tal vez, podría conseguirles una oportunidad.

De pronto, el vidrio de la parte trasera de la limusina se abrió y Bellamy vio a la mujer que estaba sentada dentro. Debía ser un par de años mayor que su padre, de piel morena, cabello corto y ensortijado y una vestimenta demasiado elegante para un sitio como Danger Zone, pues portaba un vestido de gamuza negra y una boa de plumas blancas alrededor del cuello.

—¿Me buscabas, novato? —preguntó Natasha. Sostenía un martini en su mano derecha y lo escudriñaba a través de unas gafas oscuras. Bellamy no sabía definir si su actitud cruzaba la fina línea de la ridiculez o si lograba quedarse en el territorio de la intimidación.

Se aproximó a la ventana.

—Déjame probarte que soy mejor que todos los mediocres que compiten aquí —pidió con un tono altanero, demasiado seguro de sí aunque acababa de perder de la forma más patética—. Dame la oportunidad de correr y te juro que no te aburrirás jamás.

Danger ZoneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora