Capítulo 9: Sin sentido

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Narra Kat

Realmente estaba cagada de terror. Mi hermana se encontraba en el asiento de atrás con Dean. Mamá no paraba de mirar nerviosa de un lado a otro. Y yo... yo solo quería salir del coche y huir a casa mientras me leía mi libro favorito.
— Hemos llegado — sentenció mamá, quien me miró con compasión cuando observó el exterior.
La puerta estaba abierta y la gente entraba y salía de una manera impresionante. Una limusina nos pitó para que le dejásemos pasar.
— Jo-der — oí a mi espalda.
— Venga vamos.
Cuando entré en la casa, la abuela gritó como loca que las cumpleañeras habían llegado. Mi cerebro progresó toda la decoración ambigua que llenaba la planta inferior.

Durante la siguiente hora, perdí la cuenta de las veces que agredecí los cumplidos. Los abuelos nos habían presentado a las familias más influyentes.
— ¡Romeria acaba de llegar! — exclamó. Miró a mi hermana y a su pareja antes de hacer una mueca durante escasos segundos. — Tú quédate aquí con ese chico, Rory. Ven conmigo, Katerina.
La abuela siempre decía mi nombre completo. En serio. A ella no le gustaban los apodos. Muy cariñosos bajo su punto de vista quizá.
Emily Gilmore me llevó hacia una mujer de apenas cuarenta años que se encontraba en un pequeño rincón junto a su marido.
— Romeria, Adolf: Os presentó a mi nieta Katerina Gilmore. Para ella es un honor conoceros.
Yo asentí a modo de respuesta. La mujer me dedicó una sonrisa afable.
— El honor es nuestro. Feliz cumpleaños, pequeña Gilmore.
— Feliz cumpleaños — le acompañó su marido, entregándome a su vez un sobre que, por lo que pude entrever, debía de estar lleno de dinero.
— Oh, lo siento, pero no puedo aceptarlo.
— ¿Eso por qué? — dijeron todos los presentes.
— Ignorad a mi nieta. Está un poco nerviosa. — La abuela me susurró a escondidas lo descortés que estaba haciendo.
— Sí, perdonadme. Os agradezco mucho el regalo.
Adolf asintió complacido y me entregó otro sobre para dárselo a mi hermana. 
— Debe de estar por algún lado — oí decir a Romeria.
— ¿Algún problema? — interrogué.
— Ninguno. Por ahí viene.
Miré extrañada hacia donde señalaba. Un chico de hombros fuertes y un gran atractivo se acercó a mí. Inesperadamente, cogió mi mano entre las suyas y depositó un breve beso.
— Soy Archie Dugray. Me alegro de conocerte al fin.
Juro que oí a mi cerebro cortocircuitar. ¿Dugray? Ahora que lo decía, observé un pequeño parecido con el Dugray gruñón que me perseguía cada mañana desde hacía un mes.
— Puede que conozcas a mi primo, se llama Tristan — añadió, al ver como mi cabeza empezaba a freírse.
— Puede que lo haya visto por ahí — zanjé.
— Chicos, nosotros nos vamos. Tenemos asuntos que tratar. Hablar, disfrutad — sentenció mi abuela antes de marcharse con soberbia. Le iba a matar, lo juro.
— Bueno, ¿qué tal todo? — preguntó el chico pelirrojo que tenía delante.
— Ahí vamos. ¿Qué edad tienes?
— 18 años recién cumplidos.
— ¿Sabes si ha venido tu primo?
— ¿Por qué te interesa? — preguntó receloso.
— Simple curiosidad.
— Sí, está por aquí. Pero eso no importa. Venga vamos, demos una vuelta.

[...]

Tras una hora junto a Archie, estaba segura de que me había quedado dormida despierta. Dios mío. Este chico era realmente aburrido. Solo hablaba de él. De él. Y otra vez de él. Conseguí enterarme (a duras penas) de que el año que viene entraría en la universidad de Harvard (me daba completamente igual); también de que era el capitán de su equipo de fútbol (me daba completamente igual); y, sí no me equivoco, odiaba leer (esto sí que importaba).
Ahora mismo nos encontrábamos en la habitación donde residía el piano. Miraba curiosa a mi alrededor cuando vi como Archie se acercaba poco a poco a mí, hasta que comprendí sus intenciones. Antes de retroceder, una voz conocida nos interrumpió.
— Primo, tu madre te busca.
— Nos has interrumpido.
— Tu madre realmente te busca.
Archie el baboso Dugray me pidió perdón antes de salir corriendo en busca de su mami. Tristan se apoderó de su sitio, junto al mío, y me miró fijamente.
— Feliz cumpleaños, cielo.
— Gracias, Tristan.
Tristan me miró inseguro antes de sacar algo que llevaba escondido tras su espalda.
— Sé que hace menos de un mes que nos conocemos, pero... Toma, esto es para ti.
Depositó un regalo en mi mano. Cuando lo abrí, vislumbré la primera edición de mi libro favorito.
— ¡Es la primera edición de Orgullo y Prejuicio! — exclamé, levantándome de mi asiento y dando pequeños saltitos.
— Me he enterado de que es tu libro favorito — comentó, mirándome con un brillo curioso en sus ojos.
No sé por qué ni cómo, pero terminé abrazando su fuerte cuerpo. Tristan tardó varios segundos en procesarlo, pero puso sus brazos en mi espalda y me abrazó con fuerza.
— ¿Qué tal con el tonto de mi primo? — preguntó, mirándome fijamente, como si estuviera esperando algo.
— Es muy... emmmm, ¿cómo decirlo?
— ¿Egocéntrico?
— Entre otras cosas, sí —. Le regalé una pequeña sonrisa.
— Tú le has gustado.
— Vaya.
— ¿Él te gusta?
— No.
— Me alegro.
— ¿Por qué?
— Porque no te merece.
— Tristan, ¿qué...?
— ¿Te ha hecho algo antes de que llegara?
— Puedo cuidarme sola, capullo.
— Lo sé, cielo. Pero respóndeme. Por favor.
— No. Solo ha hablado de él. Una y otra vez.
El chico se rio suavemente y dos hoyuelos adornaron sus mejillas.
— Me gustan tus hoyuelos.
— Si tú supieses lo que me gusta a mí... — murmuró —. Ya nos veremos, amor. Intenta no volver a ver a mi primo.

Y se marchó. Sin más. Me dejó allí. Con la respiración ajetreada y dudando de mis sentimientos.

Las Triples Gilmore (Tristan Dugray)Where stories live. Discover now