𝐗𝐕𝐈

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𝐏𝐢𝐣𝐚𝐦𝐚𝐝𝐚 𝐞𝐧 𝐜𝐚𝐬𝐚 𝐝𝐞 𝐇𝐚𝐳𝐞𝐥, 𝐭𝐞𝐦á𝐭𝐢𝐜𝐚: 𝐯𝐞𝐫𝐝𝐚𝐝𝐞𝐬 𝐨𝐦𝐢𝐭𝐢𝐝𝐚𝐬.

Ese día estaba siendo una catástrofe de principio a fin. No solo tengo la cara aún marcada por las heridas de hace tres días, sino que también me había convertido en el centro de atención de los chismes en Roble Dorado. Me habían echado de mi hogar provisional y ahora... ahora estaba presenciando esta extraña escena en la que este chico devoraba esos fideos picantes como si no hubiera comido en más de una semana, salpicando toda la mesa y dejando rastros de salsa en su rostro.

—Oye, ¿acaso se te olvidó lo que es la decencia humana? — Matt lo regañó, apuntándolo con su pierna de pollo, mientras yo solo podía mirar la escena, asombrada por lo surrealista de la situación.

El chico de cabello oscuro, ante el reproche, dejó de sorber un poco menos ruidosamente esos delgados fideos, lo que hizo que fuera menos tedioso mirarlo o siquiera escucharlo.

—Jodie, no has tocado ni un poco tu comida... — Matt desvió su atención hacia mí y mi plato de fideos intocados—. Sé que todo puede ser difícil en este momento, pero estamos aquí para ti.

Sí, me sentía completamente acabada.

No sé si el universo quiere jugarme una muy mala pasada al hacer de este día uno de los peores que he tenido desde que llegué aquí, pero no tengo muchas ganas de nada en este momento. Cuando entró Matthew hace unas horas, me hizo muchas preguntas sobre mi estado y mi ausencia en el gimnasio todos estos días. Para mi sorpresa, fue Hazel quien confesó nuestra pelea (por supuesto, no reveló la verdadera razón), y yo solo pude decir lo mismo que le había dicho a todo el mundo: que me habían robado y por eso parecía haber perdido una pelea callejera. El hombre barbudo se enfadó tanto que llegó al punto de decir que enviaría a buscar a aquellos que me habían hecho eso, como si fuera un sicario de mal aspecto que en realidad tenía una apariencia muy tranquila y hasta tierna.

Un tanto resignada, tomo los palillos de madera para intentar comer algo, pero se me escurrieron entre ellos torpemente. Cuando logro agarrar algo, todo se me vuelve a caer al plato.

—Sosténlo como si fuera un lápiz, el que queda más cerca de ti déjalo entre el pulgar y el índice —el chico de cabello oscuro rompió su silencio para explicarme un poco sobre el tema; de todas formas, fue su idea pedir comida asiática—. Mantén uno fijo y usa el otro para atrapar los fideos —tras decir esto, hizo una pequeña demostración que me permitió comer un poco sin estresarme en el intento.

Me siento extraña aquí. No pensé que volvería, y mucho menos que este chico me hablaría nuevamente por voluntad propia, sobre todo después de que dejara en claro que me había estado evitando. ¿Para qué? Con el enojo que mostró la última vez que me gritó que me fuera, no esperaba que las cosas fueran así de sencillas. Aprovechando que vuelve a atacar los platos como si fuera un animal salvaje, le echo un pequeño vistazo a ese desconocido misterio que no he logrado revelar: el tatuaje que parece compartir cada ser con el que me topo, pero ninguno es capaz de decirme por qué. Parece que fijé demasiado mi vista en sus dedos que reposan a un lado del plato, porque cuando levanto la mirada, mis ojos se encuentran con los suyos. Una vez más, me ha atrapado y parece saber lo que estoy pensando, por eso traga lo que tiene en su boca y deja los palillos a un lado con cierta inquietud.

Por mi parte, intento seguir comiendo en silencio, tomando unos pocos fideos que, en mi caso, prefiero sin picante. Siento la mirada de Matthew a mi izquierda y cuando coincidimos, él alza ambas cejas dos veces, intentando comunicarme algo sin hablar. Es entonces cuando recuerdo mi falsa confesión anterior. "Me gusta Hazel". En ese momento, había sido la forma más sencilla de sacármelo de encima, ya que la afirmación verdadera con la que me identificaba hasta hace poco era: "Me asusta Hazel".

Verdad DoradaWhere stories live. Discover now