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Por fin, un poco de tranquilidad.

—Cuando me di cuenta de que todos se habían vuelto locos fui a buscar a Kirara al módulo nueve. Estuvimos escondidos en el baño del punto de control un tiempo hasta que tomamos la decisión de salir.

—Robamos las llaves del cinturón de un carcelero que encontramos saliendo de aquí. Estaba muerto, pero... a la vez no.

Hakari Kinji resultaba ser el tipo que vivía en la celda de enfrente a la de Sukuna. Ambos habían logrado llevarse bien en el taller de carpintería y solían hablar en los pasillos y en el patio.

De alguna forma, Kirara ya conocía a Sukuna. Algo extraño, pensó Megumi.

—El punto de control de nuestro módulo estaba perfectamente ordenado —contó Sukuna —. Lo habían cerrado con llave. Como si simplemente hubieran agarrado sus cosas y se hubieran ido tranquilamente a tomar un café antes de que todo empezara.

—Este lugar también está ordenado —observó Megumi —. No parece que hayan salido corriendo.

Se miraron entre sí. Estaban sentados en las sillas giratorias frente al panel. Kirara daba vueltas sobre el eje de la suya, inquieta.

—¿Qué estáis insinuando? —Hakari frunció el ceño.

—Creemos que lo sabían —Sukuna se cruzó de piernas —. De alguna forma.

Kirara detuvo la rotación de su silla de golpe. Movía bastante la mandíbula, como si rumiara los pensamientos. Probablemente era drogadicta, o al menos tenía aspecto de serlo.

—¿Y por qué no nos avisaron?

—No lo sabemos —Megumi entrelazó las manos. Intentaba tomar parte activa de la conversación para hacerse notar, no podía permitir que allí se le tomara por débil.

Ya había notado cómo el tono de voz de Sukuna había cambiado al entrar allí. Su forma de expresarse, sus expresiones. Parecía mucho más serio, casi amenazante, pero sin parecer al borde de una discusión. Simplemente imponente. Fuerte. Mucho más de lo que lo parecía habitualmente.

—Habían cortado los cables del teléfono y el ordenador —enumeró Sukuna —. No había nada desordenado. Apenas hay carceleros convertidos en esas cosas.

—Es cierto, sólo nos hemos cruzado como con dos.

—Nosotros nos cruzamos con un par, también —Kirara se rascó la barbilla, pensativa —. Y los cables de ese teléfono de ahí también están cortados.

Había un teléfono sobre la mesa, junto a las pantallas de las cámaras de vigilancia. Había cámaras en todos los pasillos y entradas de los módulos, por donde podían verse a los zombies caminando sin dirección alguna, buscando carne fresca que devorar. Las habían cubierto con la tela que Kirara había usado para detener el sangrado de su herida. Nadie quería ver esa mierda.

Hakari se inclinó y apoyó los codos sobre las rodillas, hundiendo la cabeza entre las manos. Kirara puso una mano en su espalda.

—Decís que algunos carceleros sabían que esto iba a ocurrir y que nos dejaron encerrados aquí dentro a propósito —el hombre alzó la mirada, lucía extremadamente cansado —. ¿Cómo demonios iban a saber que los muertos empezarían a andar y a comerse a los vivos? ¿Cómo mierda...?

—Tranquilízate, ya hemos dicho que no estamos seguros de cómo lo sabían —gruñó Sukuna —. No tenemos más respuestas que tú ni que nadie. Estamos igual. Sólo queremos irnos.

—De todos modos, nadie querría salvar a gente como nosotros, Kari —Kirara frotó la espalda de su novio, comprensiva —. Hicieron algo inteligente. Ahora es nuestro turno.

Jailbreak || SukuFushiWhere stories live. Discover now