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—¡Maldito mentiroso!

El cristal se hizo añicos contra el suelo.

Sukuna perdió el aliento al ver el portarretratos roto, la fotografía descubierta, miles de millones de pedazos de cristal cortantes por todo el suelo, justo frente a sus botas.

Yuuji clavó las manos en su pecho, empujándolo hacia atrás.

—Para —pidió Sukuna, agarrándole de la muñeca.

Yuuji sacudió el brazo con fuerza, iracundo. Sus facciones aniñadas estaban torcidas en una mueca de enfado, pero al fondo, al otro lado de esos iris de avellana sólo había dolor.

—¡Has estado peleando todo este tiempo! ¡A mis espaldas! ¡Prometiste que no volverías a hacerlo, lo prometiste!

—No me grites —Sukuna frunció el ceño, sintiéndose atacado.

—¿¡Que no te grite!? ¿¡Después de todo!? —Yuuji volvió a empujarlo. Forcejeó con Sukuna, su voz ya estaba raspada —. ¡No eres más que un imbécil! ¡Te escabullías cada semana para ir a ese lugar, ponerte precio y pegarle una paliza a alguien, todo mientras fingías que llevabas una vida normal! ¿¡Y me pides que no te grite!? ¡Parece ser la única forma en que entiendes las cosas!

Un suspiro escapó de los labios de Sukuna con más facilidad de la adecuada, sus cejas se alzaron con escepticismo al ver aquellas lágrimas cayendo por las tiernas mejillas de su hermano pequeño.

—¿Así es como lo agradeces? ¿Creías que ser mecánico iba a pagar las facturas, Yuuji? ¿Cómo puedes ser tan ingenuo? —avanzó hacia adelante, a sabiendas de que estaba intimidando a Yuuji —. Sí, he estado peleando, ¿y qué? ¿Qué piensas hacer al respecto, mocoso? ¿Llorar? Eso es lo único que sabes hacer.

Yuuji le golpeó el hombro, sollozando.

—Me he estado partiendo la espalda por ti —empujó el pecho de Yuuji con un dedo, brusco —, por nosotros, toda mi vida. Deberías mirar hacia abajo de vez en cuando y ver dónde estás parado, porque todo esto es gracias a mí.

Otra mentira. Yuuji se llenó de rabia. El nudo que cerraba su garganta se volvió una soga alrededor de su cuello.

Olía a sudor. El sudor de Sukuna después de volver del ring a casa para ducharse, con la cartera llena y el ego por las nubes. Era raro que no hubiera pasado la noche rodeado de un par de mujeres en un motel. Se preguntó si habría vuelto a drogarse.

Sintió repulsión.

—¡No intentes sermonearme, no soy un niño! —agarró el brazo de Sukuna y lo hizo a un lado, clavando las uñas en su piel —. Yo también he trabajado día y noche para llegar hasta aquí, ¡me he esforzado de forma honesta!

—Qué valiente —Sukuna arrugó la nariz —. ¿Quieres que te dé una medalla?

Yuuji lo abofeteó.

La palma de su mano se estampó contra la mejilla de Sukuna, dejando trazos rojizos con la forma de sus dedos.

El sonido acelerado de los latidos de su corazón opacó sus propias palabras. Se mordió el labio, profirió un doloroso sollozo. Los trozos de cristal reventaron bajo sus deportivas.

Eres un... Egoísta. Siempre eres tú, siempre se trata de ti. Incluso cuando se trata de mí sólo piensas en ti, Sukuna.

Sukuna se tocaba la mejilla, quieto, incapaz de reaccionar, mientras su hermano pequeño seguía hablando, echándole en cara absolutamente todo.

Jailbreak || SukuFushiWhere stories live. Discover now