09

426 57 156
                                    

El peto azul trae buena suerte.

Eso fue lo que Megumi pensaba, mientras se daba toquecitos en la protección que cubría su pecho. Al otro lado, su corazón latía con fuerza. Presentaron a su compañero, los pusieron frente a frente. Se convirtieron en oponentes así de fácil. Azul y rojo.

—¡Y con esto damos comienzo a la trigésima edición del Torneo de verano!

Los vítores comenzaron a oírse desde allí abajo, los familiares en las gradas animaban a sus parientes con la intensidad de un ejército, la prensa hacía fotografías, el jurado observaba y el árbitro vigilaba de cerca.

Sabía que su padre y su hermana estaban allí, entre todo el gentío. Toji se mordía las uñas de emoción, Tsumiki había traído pompones como esos que usaban las animadoras estadounidenses.

Megumi podía sentir la presión encima, pero la liberación en las piernas. Si bien un rasgo característico del taekwondo eran las patadas, en realidad había una gran variedad de puñetazos que podía usar a corta distancia. Era sólo que las patadas eran más cómodas y seguras, ponían a ambos competidores a una distancia prudencial.

Una patada golpeó su casco. Ahogó un quejido, apresurándose a responder. No podía perder un solo segundo dudando. Era un deporte de pensar rápido y actuar certeramente. Cualquier movimiento podía suponer el final. El marcador iba igualado, los puntos subían con frecuencia, dejándose atrás y encontrándose constantemente.

—¡Vamos, Fushiguro. Acaba con eso de una vez! —exclamó su entrenador, mirando con desprecio al entrenador de la escuela contraria.

Sacudió la cabeza, saltando y golpeando el pecho de su oponente. El chico retrocedió hacia atrás, pero giró con gracilidad sobre su propio eje y volvió a propinarle una patada en la sien. Su cabeza se resintió, bajó la mirada un momento, jadeando.

Aquello fue su perdición. Su oponente encajó el pie en su pecho, echándole hacia atrás cuando planeaba acercarse. Comenzó una marea de patadas, gruñidos, golpes cercanos y retrocesos brutales; el comentarista se ilusionó cuando el chico del peto rojo logró acorralar a Megumi emocionalmente.

Estaba en bloqueo. No veía por dónde podía golpear. Cada patada se sentía el triple de fuerte que la anterior, se sentía como una punzada en el pecho. Incluso los huecos que veía para moverse entre golpe y golpe… sencillamente no podía.

—¡Maldita sea, Fushiguro! ¿¡Por qué actúas como un principiante!?

El primer asalto terminó. Volvió a la grada, con su entrenador, al borde del llanto, incapaz de pensar. Tenía un minuto antes de la siguiente ronda. El marcador no iba a su favor.

Se quitó el casco. Los sonidos del lugar se intensificaron. Alguien le dio una botella de agua que sostuvo con debilidad.

—¡Sabes hacerlo mejor que eso!

—… lo siento —se disculpó, cohibido —. Lo haré mejor en la próxima ronda.

Su entrenador chasqueó la lengua, echándole un vistazo de arriba a abajo.

—Siempre dices lo mismo.

Los megáfonos sonaron. Hora del segundo asalto. Apenas pudo encontrar motivación en su interior, pero vio a su padre en las gradas y supo que tenía a alguien que confiaba en él al cien por cien. Así que se esforzó. Encontró los huecos, encajó las patadas pertinentes, recibiendo una en el pecho que lo dejó sin aire un instante suficiente como para que su oponente tomara la ventaja.

Jailbreak || SukuFushiWhere stories live. Discover now