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El Sol se puso en el peor lugar de la tierra, los cuervos se apostaron en los muros. El silencio nunca fue un buen augurio en prisión.

Había tierra bajo sus uñas, pegada a su cuero cabelludo, a sus brazos. El dolor había menguado hasta convertirse en un ruido molesto de fondo en su piel, rasgando e intentando salir y comérselo vivo, como raíces de una planta en barro húmedo.

—El túnel conecta con una de las despensas de la cocina —contó, con la boca llena de puré de patata —. No sé muy bien cuál, me noquearon justo después de eso.

—Hakari estuvo trabajando en la cocina, quizá pueda averiguarlo.

Sukuna lo miró. Era un alivio tener a Megumi al lado. Las esposas habían dejado marca en sus muñecas, pero no había nada tan desgarrador como ver esos ojos verdes, apagados y asustados. Ojos de animal atrapado. Intentaba no fijarse en la ligera zona hinchada de su labio inferior, la quemadura en su cuello que el uniforme no alcanzaba a tapar, el corte en su frente, el hematoma. Le hacía entrar en cólera. Y, aún así, encontraba calma en sus gestos, en su presencia.

Le pasó la bandeja que compartían, cerró los puños.

—No quería que te tocaran —musitó, recordando cómo le habían obligado a rendirse y cruzar el túnel. El tipo del tatuaje del volcán había llevado a Megumi en brazos, lo había arrastrado por ese lugar oscuro lleno de tierra y mierda —. Que… te pusieran una mano encima y te trajeran aquí. Lo siento.

Megumi observó lo que quedaba de aquella miserable cena, unos pocos guisantes esparcidos. Los pinchó con el tenedor de plástico. Aquello no saciaría el hambre, era una burla a sus estómagos.

—No pasa nada —alzó la mirada y sonrió, llevándose un tímido guisante a la boca —. Ahora estamos aquí de nuevo.

En una celda, los dos. Juntos.

Se le había roto un diente. Habían estropeado su maldita sonrisa. Sukuna apretó la mandíbula. Justo el que estaba al lado de un colmillo. No pudo dejar de mirarlo, memorizar cada parte de su nuevo rostro, uno maltratado y magullado. Parecía que Megumi había muerto.

Lo hará tarde o temprano. Desmembrado pieza por pieza. Arrastrándose por el pasillo del módulo como un ser sin conciencia, con una pistola en mano y la mirada vacía. La peor clase de muerte. Donde ni siquiera sabes que ya estás moribundo, y sigues, y sigues...

No soportaría verlo así.

Megumi parecía conformarse con el hecho de que se hubieran reencontrado, aunque estuvieran atrapados en esa situación de mierda. Como si lo que le importara fuera estar juntos para enfrentarse al mundo, como si fuera su lugar seguro, la luz que le incitaba a pensar y seguir adelante.

Sukuna pensó, tú también lo eres. Pestañas largas, hombros caídos, un número en el pecho. Un lugar seguro, alguien en quien confiar en medio de esta locura. Suturas negras en una de sus cejas, cerrando una herida. Volvería a ti si me perdiera.

El deseo de haber sido él quien lo llevara en brazos en el túnel inundó su cabeza de una forma insana. Sostener su cuerpo, admirar la curvatura de su nariz de cerca, evitar que lo rozaran siquiera. Me estoy volviendo loco. Eso era lo desagradable, la reciprocidad de la necesidad que estaba haciendo mella en su corazón.

—Yo puedo llevarlo…

Un deseo desesperado, al borde del balbuceo por el insoportable dolor de la quemadura.

—¿Qué pasa? ¿Acaso es tu punk? ¿No te gusta que lo toque así? —el muy imbécil había tomado el rostro de Megumi despectivamente, sonriendo —. Parece muy inteligente para ser esta pequeña cosa desarrapada, incluso tenía una pistola, como un gatito que saca las uñas. Vas a tener que aguantarte, maldito hijo de puta… Avanza si no quieres que te abra un agujero en la cabeza.

Jailbreak || SukuFushiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora