El monstruo de las pesadillas (14)

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Natalia.

El monstruo de las pesadillas duerme en el sofá con la ropa de la calle puesta y los zapatos sobre la tela que cubre los asientos. El reposabrazos está lleno de barro y su chaqueta está tirada en el suelo, también manchada.

Anoche desapareció después de la cena de Nochebuena y parece ser que el amanecer o bien el espíritu de la Navidad le ha devuelto a casa, aunque no en buenas condiciones. Ha tenido mejor aspecto. Luce rasguños en el codo, también en la barbilla y en distintos lugares del rostro.

Mamá me pone una mano en el hombro y de golpe recuerdo qué día es. Ha sido tal el impacto que he olvidado que Papá Noel ha venido esta noche y me ha dejado regalos... o eso quiero pensar. Creo que me he portado lo suficientemente bien. Desde el punto de vista del monstruo de las pesadillas estoy más que segura que, si por él fuera y Santa Claus no fuera más que un invento para mantener viva la inocencia de los niños y aumentar el consumismo en los adultos, no tendría ningún regalo. Como no depende de él...

Me giro y abro los ojos al instante. No puedo ni pestañear. Y mi boca roza el suelo. Noto la lengua seca. Una necesidad excesiva por beber toda la botella de agua que hay dentro de la nevera.

No hay un regalo. Ni dos. Ni tres. Hay cuatro. Y yo solo pedí uno. También hay uno para mamá. Y... frunzo el ceño al ver que hay otro para el monstruo de las pesadillas. No entiendo qué hace ahí, ni por qué Santa ha empleado su magia para crear un regalo para una persona como él que ni cree en la Navidad.

Chillo. El monstruo de las pesadillas sisea malhumorado, pero no me importa. Hoy es un día bonito, feliz. Mamá me graba con una cámara de vídeo, inmortalizando el momento y mi cara de asombro. Ríe a carcajadas cuando señalo los calcetines en forma de bota que rodean el árbol de Navidad, que se encuentran llenos de golosinas y caramelos y finjo desmayarme de la intensidad, para darle más dramatismo a la mañana.

Corro hacia los paquetes e hinco las rodillas en el suelo sin miedo a sentir dolor. Hoy nada puede doler. Todo es demasiado bonito. O bueno, así era hasta que el monstruo de las pesadillas se ha despertado. Al principio he ignorado que se ha tapado la oreja con un cojín mientras cerraba los ojos porque mi voz le molesta, o eso dice, pero ahora no le ubico. Y no me siento segura estando de espaldas al salón. A él. Opto por apoyar la espalda contra la pared y abrir las piernas para dejar hueco a los regalos.

—¿A qué estás esperando? ¡Vamos! ¡Ábrelos, hija! —exclama mi madre. Yo asiento obediente y rasgo el brillante envoltorio de papel con las uñas. Es lo que quería. La muñeca que quería. Miro a mi madre sonriente y le enseño el juguete—. ¡Lo que tú querías!

—¡Lo que yo quería! —grito, con voz aguda.

—¿Nadie va a preguntar qué es lo que quiero yo? —el monstruo de las pesadillas irrumpe de malas formas y me clava la mirada. Me mira desafiante, como si, en su interior hubiera duendes tramando la próxima travesura. Yo le sonrío. Y le muestro mi regalo. Incluso, me acerco hasta donde él se encuentra para que pueda verlo de cerca—. Es horrible —masculla.

—¡No lo es! ¡No tienes ni idea! —me cruzo de brazos y mis morros se pronuncian.

—Cállate, niñata.

Mamá se aclara la garganta. No sé cuándo ha dejado de grabar, pero ya no tiene la cámara de vídeo en la mano. Me sonríe y señala los regalos que faltan por abrir.

Hago caso y sigo abriendo regalos. Cuando llego al último, la intriga se apodera de mí. Mamá me pide que lo abra con cuidado, dice que su intuición le dice que es algo frágil... muy frágil. Y de repente me imagino a mí, envuelta en papel. ¿Sería tan frágil cómo mamá dice que es lo que hay debajo del papel? O ¿Sería resistente como el acero?

—¡Abre el regalo de una puta vez! —brama el monstruo de las pesadillas. Evito mirarle, pues no quiero que el día de Navidad sea el peor del año. Miro a mamá, que asiente con la cabeza y doy por hecho que es momento de romper el papel. Lo hago. Lo rompo. Y, pese a que el monstruo de las pesadillas se ha levantado de mal humor... chillo—. ¡Qué te calles!

—¡La rosa de La Bella y la Bestia! ¡Y el libro! ¡Y la muñeca! —creo que estoy llorando de felicidad. No puedo dejar de saltar en el sitio mientras mamá abre la caja y va soltando de los alambres cada elemento. Llega el turno de coger con cuidado la cúpula de cristal en la que reposa, en su interior, la más conocida por rosa eterna. Mis ojos se abren. Tengo tantas lágrimas acumuladas que me cuesta ver con claridad—. Es taaaaan bonita.

Mamá deja escapar una carcajada.

—¿A ver? —cuando me doy cuenta, el monstruo de las pesadillas tiene la cúpula entre sus manos

—Dásela a la niña. No le hagas esto. Hoy no, por favor —le ruega mi madre, con dureza. El monstruo de las pesadillas ríe mientras alza en alto la cúpula con una mano y con la otra me retiene ejerciendo fuerza a un escaso metro de ella, para que no pueda alcanzarla—. ¡Está llorando! Dale su regalo.

—Estamos jugando —asegura él.

—¡No me gusta este juego! —no puedo dejar de llorar—. ¡La vas a romper!

—¿La quieres, Natalia?

Asiento rápidamente y salto con fuerza con los brazos en alto para intentar recuperarla.

—Cógela —se limita a decir. Y, en milésimas de segundo la cúpula de cristal se hace añicos contra el suelo. Yo grito y me tiro al suelo. Intento juntar las esquirlas de cristal para recomponer la estructura, pero mi madre me agarra del brazo y me levanta del suelo para evitar que me corte. El monstruo de las pesadillas sonríe al verme llorar. Yo me abrazo a la pierna de mamá, mientras busco la rosa. No está. Si la encuentro, podré meterla en una cúpula nueva—. ¿Buscas esto?

Mi corazón se encoge al ver dónde se encuentra. Al lado de su zapato, justo pegada a la suela. Me pide que le mire a los ojos y le pida perdón, pero no lo hago. No sé por qué me tengo que disculpar. Ni siquiera sé qué he hecho mal, de haber sido así... Santa no me hubiera dejado regalos. A la tercera vez que me pide que clave mis ojos marrones en los suyos, llenos de oscuridad, su voz resuena en el salón con dureza. A la cuarta, grita, acompañando mi nombre de un insulto. Y le miro. Pero no porque deba hacerlo, sino porque he visto lo que ha hecho con la cúpula. Entonces entiendo que mi envoltorio siquiera parece resistente y que mi interior está hecho trizas.

El monstruo de las pesadillas levanta la suela del zapato por la parte de la puntera y con fuerza, al mismo tiempo que sus ojos me miran con delirios de grandeza, odio y maldad, aplasta la rosa hasta hacer que se funda con el suelo de forma lisa.

Nosotros Nunca [YA EN PREVENTA]Where stories live. Discover now