Introducción

53 7 5
                                    

A veces me pregunto si debería abrir las persianas

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

A veces me pregunto si debería abrir las persianas. Todas esas veces, lo intento.

Y todas esas veces, las termino volviendo a cerrar.

Hoy es uno de esos días; hoy pienso en la posibilidad de volver a armar mi vida, de bañarme, ponerme ropa planchada, ocultar las cicatrices que dejó la navaja en mi piel, intentar conseguir un empleo, intentar demostrarle a mi familia que puedo no ser una carga para ellos, que no tendrían por qué vigilarme todo el tiempo, que puedo volver a estar bien...

A veces quiero hacer esos esfuerzos. Hoy es uno de esos días.

Hoy también es uno de los días en los que pienso que, en realidad, la vida normal es imposible, que no vale la pena intentar mostrarme completa si todo lo que me rodea tarde o temprano volverá a romperme, si tarde o temprano otra vez querré hundirme un cuchillo en las muñecas y otra vez la sangre correrá...

Pero al menos ya no pienso en ello; ya no he vuelto a hacerlo. No tengo ganas de fracasar otra vez en el intento de morir, solo espero que la Parca llegue por sí misma; me da un poco más de paz la idea de que en realidad no tengo que esforzarme para poder librarme de todo lo que me aqueja. Me da paz solo estar esperando al día en el cual, mágicamente, deje de existir. Me da paz saber que, inevitablemente, llegará.

Pero aún no lo hace, el milagro no viene, así que sigo pudriéndome en mi cama, viendo cómo la luz se asoma de forma tímida en el breve espacio entre las persianas, dejando líneas verdosas sobre el suelo gris, manchando un poco también las paredes, también grises.

Toda la casa combina con mi ánimo.

A veces me gustaría que el mundo se detuviera cuando quiero que lo haga; a veces me gustaría que mi cuerpo lo hiciera, porque no quiero cuidarlo, pero me lo pide, me lo ruega; tiembla, gruñe y me duele, y yo no sé cómo decirle que no cuando es tan insistente..

Mi estómago vuelve a gruñir. Yo aprieto los dientes e intento gruñirle de vuelta, pero soy muy débil como para hacerlo; no puedo, no quiero, me da tanta lástima mi propio estómago...

Me doy tanta lástima yo misma.

Me doy la suficiente lástima como para levantarme de la cama, casi arrastrando las sábanas blancas, dejando que una de sus esquinas cayera en el suelo mientras el resto se aferra a la superficie del colchón. Por unos segundos, resiste, pero cuando arrastro los pies, termina cayendo por completo, tan débil como yo misma.

Y me da lástima verla así; solo por eso me animo a mí misma para levantarla; se queda hecha bolita sobre la cama, tal como yo suelo estar. Y después de verla por unos segundos, suspiro y voy al piso de abajo, dando pasos sobre el suelo tan gris, pasando las manos por las paredes tan grises...

Pero la cocina es azul, y eso acelera un poco mi corazón; este es el breve instante del día en el que puedo ver un poco más allá de mi estrés y mi tristeza, de todas las cosas que me hicieron cortarme.

Este es el breve instante del día en el que meto el pan en la tostadora y por alguna razón mi vida se siente completamente arreglada, solo por unos segundos, solo mientras espero, solo mientras como y sigo pensando en, solamente quizá, salir de la casa y hacer algo de provecho. Arreglarme.

Suspiro mientras vigilo mi pan, pensando en que mi vida no va a cambiar. Hoy tengo el hambre, hoy tengo la paz, pero hoy también hay algo que me falta...

Un golpe seco en la puerta. Quizá allí está lo que me falta: El pequeño susto y la pequeña curiosidad, las pocas cosas que ya desconocía, las pocas cosas a las que me había entumecido.

Allí estaban de nuevo, mis razones para vivir.

Por primera vez en dos meses, buenas razones para abrir la puerta y ver la luz del sol.

Y eso es lo que hago; la perilla se siente casi nueva en mis manos, y el brillo amenaza con lastimarme los ojos; por un momento, lo hace; por un momento, todo se ve blanco, también nuevo.

Miro hacia abajo; hay un periódico más o menos maltratado sobre la alfombra marrón, y pienso que quizá el ruido fue solamente por la violencia con la cual lo arrojaron hacia la puerta.

Hace mucho que no leo nada. Quizá sea bueno empezar con un periódico, con algo que me aburra, que me motive a buscar lo que amo.

Paso las páginas esperando encontrar algo, cualquier cosa, lo que sea mientras no me deprima.

Me detengo en la fotografía de un campo de fresas; una imagen de lo que para mí es el paraíso. Y empiezo a leer sobre un pueblo fresero con solo cinco habitantes; el mejor lugar para mí, para mi paz, o quizá para morir. Morir sin que nadie lo note, ser olvidada rápido, tal como deseo que ocurra.

¿Pero cómo podría morir en un lugar tan precioso? En un lugar con vidas tranquilas y baratas.

El relato me mueve, la imagen me mueve; algo me dice que vaya. De pronto tengo una razón para vivir, o al menos eso logro creer.

Hago una llamada al número en la nota, consigo una vivienda y un buen terreno; muy baratos; se nota que están desesperados porque alguien viva allí. Busco trenes, compro un boleto. En menos de quince minutos, está decidido.

Iré a Santa María de la Semilla. ¿A mejorarme o a morir? Aún no lo sé, pero espero... Espero que por fin me ocurra algo bueno.

 Espero que por fin me ocurra algo bueno

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.
En nuestro campo de fresasWhere stories live. Discover now