10 - Un cuerpo cómodo

13 2 11
                                    

—Mamá, por favor ayúdame —Termino rogando unos días después, apoyando las manos en el mostrador de la tienda de mi madre, con la respiración agitada como si hubiera corrido kilómetros; pero en realidad solo estoy nervioso y avergonzado, arrepentid...

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

—Mamá, por favor ayúdame —Termino rogando unos días después, apoyando las manos en el mostrador de la tienda de mi madre, con la respiración agitada como si hubiera corrido kilómetros; pero en realidad solo estoy nervioso y avergonzado, arrepentido de lo que todavía no he preguntado pero ya pedí.

—¿Con qué? —pregunta ella muy casualmente mientras le quita el polvo a una maceta, sin siquiera mirarme, y sonriendo como si ni siquiera me hubiera escuchado, o como si no le importara.

Miro hacia atrás de mí, esperando que no haya nadie entrando a la tienda justo ahora. No quiero que nadie me escuche, no quiero que sepan lo que estoy sintiendo. Pero solo veo el cielo gris y brillante al mismo tiempo; las nubes no impiden que se vea el brillo del sol; en realidad, parece que éste brilla todavía más fuerte para no ser opacado por absolutamente nada.

Debo concentrarme. Lo hago. No hay nadie entre todo el brillo, ni una sola silueta.

—¿Puedes cerrar la tienda un momento? —pregunto de todas formas, y mi madre esboza una sonrisa ancha, de esas que muestra cuando sabe que un chisme será bueno. Creo que ya sabe lo que le quiero decir, pero ella no lo demuestra; esperará a que yo me atreva.

—No es necesario, hijo, nadie va a venir —dice, intentando tranquilizarme; en realidad yo solo me preocupo por sus excesivas ganas de trabajar. Ella dice que no vendrá nadie, pero yo sé que eso quiere, que en realidad sabe que va a pasar; por eso mantendrá la tienda abierta—. Hablas como si hubiera un millón de personas en este pueblo y todas necesitaran algo de mí.

Acto seguido, se empiezan a escuchar pasos por detrás de nosotros, suaves y lentos; luego se escuchan mucho más cercanos y fuertes, y un grito termina de romper el silencio:

—¡Buenos días, Doña Margarita! —Una voz muy familiar, muy alegre y muy dulce. Me volteo hacia ella; es Dandara—. Ah, y hola, Vladimir —pronuncia con toda tranquilidad antes de darme una palmadita en el hombro que por un momento duele un poco, pero es agradable... solo por ella.

Se mueve por los pasillos y parece tardarse una eternidad; a mí me tiemblan las piernas por su presencia, pero mi madre se ve tan normal... Limpia el resto de macetas que tiene a la mano y no mira su reloj ni una sola vez, a diferencia de mí, que cuento los minutos para que la chica se vaya de allí y pueda hablar sobre mi amor en paz. Cada vez que siento que ha pasado una hora completa, miro las manecillas y me sonrojo viendo que solo pasó medio minuto.

Pasan varios medios minutos antes de que ella por fin se acerque al mostrador, dejando varias bolsas con verduras sobre la madera.

—No deberías comprar tanto —Le digo yo.

—¿Por qué no? —Ella me mira con una expresión que grita que se siente ofendida; yo no sé si es algo auténtico o solamente un chiste. Todo mi cuerpo tiembla; tengo miedo de mi amada.

—No necesitas tanto; voy a invitarte a cenar mañana —digo, de todas formas, con mucha ligereza como para haber soltado ese dato. Ella sonríe y se enrojece mientras retira parte de la comida del mostrador.

En nuestro campo de fresasWhere stories live. Discover now