2 - Vladimir el amargo

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Lo primero que siento al despertar es algo muy distinto al entumecimiento habitual, a aquello que creí que volvería a tener esta mañana; lo que siento es solamente desesperación y pánico al no reconocer la habitación; las sábanas se sienten distin...

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Lo primero que siento al despertar es algo muy distinto al entumecimiento habitual, a aquello que creí que volvería a tener esta mañana; lo que siento es solamente desesperación y pánico al no reconocer la habitación; las sábanas se sienten distintas a las de mi casa, las paredes son marrones en vez de grises, el sol brilla tal como no hace en mi habitación; es todo tan extraño, todo tan desconocido...

Luego me doy cuenta de que esta no es mi casa ni mi habitación; al menos no aquellas a las cuales estoy acostumbrada.

Por un momento me olvidé de mi cambio de vida, de casa, de habitación, de... de todo.

Quizá mi cerebro extraña un poco esos lugares y sentimientos; o quizá es mi corazón, porque al final es éste el que duele y late después del susto y de haberme dado cuenta de que no hay nada mal aquí; no por ahora.

Suspiro. Aprieto las sábanas entre mis puños para intentar acostumbrarme a la textura, más suave que la que solía cubrirme en mi cuarto anterior, sobre mi cama anterior. Es lo primero en ese día que me hace pensar que tomé la decisión correcta; lo primero en ese día que amenaza con hacerme sonreír. Pero no lo logra, porque tengo más control sobre mis labios que sobre mi alma.

O quizá tengo el control de mi alma y no de mis labios, lo cual sería peor.

Suspiro de nuevo y me levanto de la cama; contemplo todas mis posibilidades...

Podría volver a la cama. Pero hace mucho sol como para volver a dormir, o como para tener ese ánimo de intentar pudrirme por completo sobre la cama, y aquí no tengo mis persianas; aquí ni siquiera tengo un par de cortinas. Continuar con mi día no es mi única opción, pero justo ahora se ve como la más cómoda, en especial porque mi estómago gruñe, y tal como en cualquier día normal, le tengo lástima.

Tomo una ducha primero porque recuerdo que aún no tengo azúcar, y la necesito para continuar, el café no sabe bien sin azúcar, y la vida no sabe bien hasta que has tomado café. Raro, pero no suelo cuestionarlo, solo obedezco al llamado de la bebida que a veces me hace sentir bien y otras veces me causa ansiedad. No puedo esperar a saber qué es lo que va a ocurrirme hoy. Nótese el sarcasmo.

Salgo de la casa con un vestido de verano del mismo color de los girasoles que hay al lado de la casa; me causa paz combinar con ellos, hacerme una con la naturaleza de forma no intencional; porque ni siquiera sabía que aquí había girasoles, que podría rodearme de mis flores favoritas.

Y a pesar de lo hermoso que es el vestido y de lo bien que se vería con un par de sandalias, lo que llevo en los pies es un par de tenis deportivos, buscando evitar todo el dolor que me causó caminar sobre las piedras ayer. A pesar de todo, después de caminar un buen rato, termino adolorida; no importa el calzado, solamente mis pies no están listos para esto, y quizá nunca lo estuvieron.

A pesar de eso, logro llegar a la tienda de Doña Margarita sin tener que tomar asiento ni una sola vez. Me siento como una triunfadora; es inevitable alzar los brazos y sonreír, y habiendo llegado a tal posición, el viento empezó a soplar fuerte, mas justo en mi cara; así, no fue molesto, sino revitalizante; por un momento pienso que otros realmente podrían ver esta como una escena de victoria.

En nuestro campo de fresasOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz