3 - Un pequeño robo

19 3 4
                                    

La noche cayó hace ya mucho; no sé cuánto tiempo llevo viendo hacia la oscuridad a través de la ventana, pero se siente como una eternidad

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

La noche cayó hace ya mucho; no sé cuánto tiempo llevo viendo hacia la oscuridad a través de la ventana, pero se siente como una eternidad. Probablemente ha sido ya un lapso muy cercano a ello, ya que anocheció algo temprano, o al menos eso es lo que ví en el reloj de mi teléfono, que mantengo cargado a pesar de que sé que es casi inútil en un pueblo sin señal. Solo lo quiero para sentirme un poco atada a mi anterior hogar, para sentir que las cosas no han cambiado tanto... O quizá eso diría alguien que me estuviera viendo justo ahora.

Suspiro. Me harto de sentirme aburrida, pero me recuerdo que debía esperar para algo; que no puedo dormirme sin hacerlo. O podría, pero entonces me olvidaría de ello al día siguiente, o empezaría a recapacitar de las acciones que nunca realicé... Y yo realmente quiero hacerlo, por esta pequeña chispa de emoción, un poco de miedo y al mismo tiempo las ganas, simplemente por lo hilarante que podría ser, por lo poco entumecida que voy a sentirme cuando vea la reacción de Vladimir.

Necesito hacerlo.

Tras ese pensamiento, vuelvo a revisar el reloj en mi teléfono; el brillo me lastima los ojos por un momento, y me siento estúpida por no haberlo bajado cuando aún podía. Termino bajándolo en este preciso momento, y ahora que puedo ver la pantalla sin que me arda, leo los números que aparecen. Es la una con cuarenta minutos de la madrugada.

Es la hora perfecta para molestar a Vladimir.

Pero primero me hago la pregunta: ¿De verdad quiero hacerlo? ¿Creo que valdrá la pena?

Y la respuesta aún es un "sí".

Me levanto de la cama y me pongo los zapatos, lo único que me hacía falta para salir de la casa; busco las canastas que compré y que escondí en el pequeño armario, y empiezo a cargarlas; me pregunto cómo las soportaré en el camino de vuelta a casa, pero la duda no me detiene, solamente me hace sentir como debo: Curiosa y motivada. ¿Puedo cargar diez canastas de fresa de vuelta a casa?

Claro que puedo. Puedo a pesar de que me duelen los pies simplemente en el camino de ida; puedo a pesar de que siento dolor en las manos con solamente haber cortado las fresas. En mi defensa, las tijeras están duras, casi inamovibles, o quizá solamente no estoy acostumbrada a la jardinería; perdí todas las habilidades que tenía hace años, cuando recién me interesaba en ello y lo hacía diario, cuando yo aún no estaba muerta en vida y por lo tanto mis plantas podían florecer, existir, tener toda la paz que ahora no tienen; que ahora yo tampoco tengo, que ahora yo anhelo, anhelo tanto...

Tanto que por un momento intenté morir. Tanto que dejé a mi familia en deuda con el hospital. Tanto que casi tuvieron que tener otra deuda por los servicios funerarios. Tanto que hasta anteayer tuve visitas diarias por parte de mi hermano, mi padre o mi madre para ser acosada y violentada en un intento de convencerme para no volverme a lastimar; ya no más cuchillas, ya no más pastillas, ya no más golpes contra la pared. No por mí, sino por su bolsillo; siempre por sus hermosos y ahora vacíos bolsillos.

En nuestro campo de fresasWhere stories live. Discover now