Hogar

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Generalmente, cuándo Gustabo finalizaba su turno, Isidoro se quedaba un par de horas más patrullando por la ciudad, tonteando con sus compañeros y atrapando a los maleantes.

Por lo que tres horas después de que Gustabo se hubiera ido, Navarro entró en la nueva comisaría, tomando el ascensor para ir a dejar sus cosas a la armería y cambiarse el uniforme.

En el camino se encontró con varios de sus compañeros, por lo que se entretuvo charlando con ellos un rato, cambiándose de ropa con toda la tranquilidad del mundo.

Luego de dejar su reglamentaria en la armería, decidió que tenía ganas de estirar un poco las piernas luego de haber estado todo el día encerrado en un zeta, por lo que bajó por las escaleras.

Llegando a la planta -2, sintió unos ruidos raros provenir del espacio debajo de las escaleras, dónde había un par de cajas de cartón acumuladas.

Sintiendo curiosidad, se acercó a ver que sucedía, quedándose de piedra ante lo que vio.

Entremedio de dos cajas, estaba Gustabo. Su espalda estaba apoyada contra la fría pared, mientras abrazaba las rodillas contra su pecho y su cabeza descansaba contra una de las cajas.

Estaba totalmente en silencio e inmóvil, lo único que hizo que no entrará en pánico, fue el relajado y constante subir y bajar de su pecho ante su respiración.

Si no hubiese sido por el ruido provocado por el deslizamiento de la caja por el peso del rubio, nunca se hubiera dado cuenta de que estaba ahí.

Y aunque sabía que Gustabo dormía en comisaría, realmente nunca lo había llegado a ver.

Indefenso.
Pequeño.
Solo.

La vista hacía que su pecho se sintiera apretado y una profunda amargura lo llenará.

Tal vez Isidoro podría haberlo dejado ahí, yendo a buscar una manta y cubriéndolo bien con las cajas, sabiendo que no era bueno perturbar al rubio mientras dormía. Pero Gonzalo no iba a permitirlo.

No estaba dispuesto a permitir que su compañero, su amigo, durmiera una noche más en la puta comisaría y menos de esta forma.

Así que sin dudarlo más, movió las cajas hasta tener acceso completo al Inspector, arrodillándose en el suelo y tocando ligeramente su hombro.

-Gus... Gus- Le llamó- Vamos, vamos a casa a descansar- Trató de despertarle.

Pero el rubio murmuro algo ilegible y se acurrucó más sobre sí mismo.

Maldiciendo por lo bajo, el pelinegro frunció el ceño, notando que esta técnica no iba a servir por lo pronto.

Así que decidiendo arriesgarse a un mayor contacto, agarro el brazo de Gustabo, acercándose más a él, para poder colocarlo contra su espalda. Luego colocó las manos en la cintura del rubio, se aseguró que sus pies estuvieran bien plantados en el suelo y tiro.

Perdió el equilibrio por un momento, pero se recuperó rápidamente, sonriendo orgullosamente ante su éxito, comenzando a caminar al estacionamiento con el rubio sobre su hombro como un costal de papas.

-¿Qué cojones? -Exclamó el Inspector sobresaltado.

Parpadeó con rapidez para ubicarse, siendo lo primero que vio esos jeans de color claro y que no cumplían con su función correctamente, identificando inmediatamente quién era el que perturbaba su paz.

-¿Qué haces gilipollas? ¡Bájame!- Exigió de malhumor, tratando de patearle.

Pero Isidoro fue más rápido, sujetando las piernas del rubio, manteniéndolas juntas y con poco movimiento, caminando tranquilamente, silbando una alegre melodía.

Historias Gortabo y OtrosWhere stories live. Discover now