Adoptado 1

602 62 3
                                    

Apretó la barra de pan contra su pecho, sintiendo su estómago gruñir ante el delicioso olor que provenía del alimento, además de la calidez que desprendía.

Había sido una caza maravillosa, el rechoncho hombre ni siquiera tuvo tiempo de procesar que su bolsa de pan se había esfumado, cuando Gus ya había huido del lugar. 

No pudo evitar sonreír para sí mismo, sabiendo que con su botín en manos, durante los siguientes dos días no tenía que volver a arriesgarse a salir a conseguir comida. 

Corrió a través de los callejones a los que llamaba hogar, ignorando las súplicas de ayuda de las personas recostadas contra las paredes, esquivando las manos que se levantaban en su dirección y las gotas de agua sucia que caían de los destartalados balcones. 

Luego de diez minutos recorriendo los laberintos de murallas grises cubiertas de musgo y orina, llegó a su caja de cartón, la cual estaba oculta entre dos contenedores de basura y por el aspecto que tenía por fuera no llamaba la atención. 

Pero era en el interior donde se escondían sus tesoros. Una manta sucia, pero afelpada que una de sus amigas prostitutas le regalo una vez para su cumpleaños, una liga para el cabello que le dio una niña en el parque y una sudadera roja, pero deshilachada que le robo a un niño en el hogar de acogida en el que trataron de encerrarle. 

Se adentró en su caja y se acurruco en la esquina más seca, cubriéndose con su manta, tapandose por completo. 

Se sacó la barra de pan de dentro de la camiseta y sacó un pedazo, comiendo lentamente, disfrutando de la textura crujiente, fresca y cálida. Era la primera vez en tres meses que no comía algo en estado dudoso, por lo que planeaba disfrutar de esta comida lo más posible.

Bocado tras bocado, logró acabarse un cuarto de la barra. Comiendo hasta que se sintió lleno por primera vez en semanas. 

Estaba en su hogar, abrigado y con el estómago lleno, por lo que sin poder evitarlo el mundo de los sueños comenzó a arrastrarlo, después de todo solo tenía 9 años (según el último cálculo que realizó, esa era la edad que debía de tener, pero no estaba seguro al cien por ciento, a veces el tiempo no tenía mucho sentido para su mente) y su cuerpo le pedía un descanso luego de tanta adrenalina. 

De repente abrió los ojos sobresaltado, escuchando atentamente a su alrededor, ya que algo lo había sacado de su sueño. 

Se movió con suavidad, conociendo su caja a la perfección como para saber donde pisar para no hacer ruido.  

Se asomó ligeramente por un hueco que había en la esquina superior y no pudo evitar maldecir por lo bajo al ver al vagabundo al que le había robado la bufanda hace tres días. 

Sabiendo que era momento de huir, juntó sus escasas pertenencias en su manta y se la echó al hombro. Contó hasta tres para darse ánimos y salió corriendo por en medio de las piernas del hombre, el cual justo iba a patear su caja. 

Tuvo que contener un gruñido de dolor al sentir un ardor en su brazo e ignorar la sensación del líquido caliente corriendo por su piel, porque su prioridad era escapar. 

Tenía una navaja de bolsillo escondida en su zapato, pero no pensaba volver a arriesgarse a un enfrentamiento contra un adulto, no de nuevo, todavía podía recordar el dolor de la última vez que se creyó más fuerte que un hombre.  

Escuchaba los pasos detrás suyo, cada vez estaban más cerca y sabía que en línea recta jamás lo perdería, así que comenzó a callejear directamente a la salida del lugar, teniendo en mente la zona residencial que estaba a un par de cuadras. 

Era un lugar con adultos mayores y matrimonios con niños pequeños, bastante agradable para cuando quería compañía y fingir ser un niño y las abuelitas siempre le regalaban galletas. Además de que un vagabundo sería notorio de inmediato y la policía no tardaría en llegar, lo que le daría la distracción necesaria para desvanecerse de los alrededores. 

Historias Gortabo y OtrosTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon