Cenizas

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La sensación de ser conocido era tan extraña. 

Reconfortante, sorprendente e impactante, el ser visto a través de las máscaras en las que se refugiaba, poder reír a carcajadas y volver a disfrutar de ser policía con aquella ilusión que creía perdida. 

Y todo por ese hombre. 

James Gordon. 

El subinspector se había tomado el tiempo para conocerlo, teniendo largas horas de patrullaje donde conversaban de todo un poco, bromeaban entre sí y sobre sus compañeros, hablaban sobre su pasado y su paso en la comisaría, cómo los hechos de antaño los afectaron y cómo se formaron bajo el mando de Conway. 

Era liberador tener a una persona con la que comentar aquellos hechos, alguien que entendía su tipo de humor y no se ofendía con sus apodos, al contrario, siempre buscaba alguna tontería para seguirle el juego.  

Y poco a poco, esa relación se fue llenando de confianza, dejaron de ser compañeros de patrullaje para ser amigos y algo más. 

Tenían sus bromas internas, palabras que los hacían estallar en carcajadas y sobrenombres que iban cargados de cariño, podían pasar horas patrullando en total comodidad o juntarse en una oficina a rellenar papeleo. 

A veces, cuando la madrugaba estaba tranquila, les gustaba irse a la sala de descanso y sentarse a beber en café en completo silencio, simplemente disfrutando de su presencia tras un día agotador. 

Se sentaban lado a lado, hombro a hombro y si de vez en cuando sus manos se rozaban, ninguno decía nada. 

La sensación en su pecho era algo nuevo, completamente desconocido, pero que con cada momento que pasaba junto a Gordon se iba incrementando, al igual que el descontrol en los latidos de su corazón y las ganas constantes de querer sonreír o contarle algo al menor que lo hiciera reír. 

Nunca antes había experimentado el amor, pero por fin estaba abriendo aquella puerta. 

Toda su vida pensó que había algo mal en él, porque veía en el resto de la gente el deseo, el amor, las ganas de ser visto y él jamás se sintió así, al contrario, el solo pensar en alguien invadiendo su espacio personal le daban escalofríos y malestar. 

Pero con Gordis era diferente, era cálido, seguro y emocionante.

Era cómo una tarde en la orilla del mar, con el sol calentando su rostro y el mar de fondo sonando tranquilamente, era cómo volver a casa luego de un día estresante, era cómo la anhelada libertad tras salir del psiquiátrico. 

Era todo lo que nunca espero sentir, pero se alegraba de experimentar. 

Era cosquilleos en el estómago cuando sus meñiques se rozaban, era calor en las mejillas cuando se miraban fijamente, era sonrisas bobas cuando lo escuchaba reír, eran risas tímidas cuando la gente pensaba que estaban saliendo.  

Y tal vez no estaban saliendo como tal, pero seguro que estaban cerca. 

Porque los amigos no se miraban de esa forma, no bromeaban como lo hacían ellos, no bebían café contemplando la oscuridad de la noche apretujados en un sofá diminuto, no se buscaban constantemente para decirse cualquier tontería ni se rozaban todo el tiempo. 

Gustabo estaba empezando a darse cuenta de que estaba jodidamente enamorado de James Gordon y se sentía bien, porque sabía que era correspondido. 

O al menos eso era lo que pensaba. 

La tarde había ido de maravilla, habían realizado éxito tras éxito, atrapando a los delincuentes cómo si fueran moscas, siendo un dúo imparable y manejando H-50 sin problema alguno. 

Historias Gortabo y OtrosWhere stories live. Discover now