Capítulo 10

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Los nervios comenzaron a consumir mi ser, mi corazón latía a un ritmo acelerado. Me resultaba imposible contener el temblor en mis piernas. Aun así, bajé decidida hacia nuestro encuentro.

—Eres verdaderamente hermosa. —sus ojos brillaron al posarse en mí.

—Pues, tú no estás nada mal. —hice un esfuerzo por mantener la compostura.

Se acercó, tomó mi cintura delicadamente y depositó un suave beso en mi mejilla.

—¿No estoy nada mal, eh? —susurró en mi oído

Maldición, no, otra vez no.

Debía mantenerme firme, no podía sucumbir a su encanto, no podía caer en el efecto de su voz, no podía ceder, tenía que dominar mis impulsos.

Soltó una leve sonrisa, siendo plenamente consciente del impacto que causaba. Y es que era imposible resistirse a su presencia, cada centímetro de mi piel se erizaba al instante.

—Calma, no eres la única. —susurró sin alejar su rostro del mío. —Subamos al auto, Amelia.

—¿A dónde iremos?

—A un sitio especial, donde podamos disfrutar de una conversación tranquila.

Agradecí profundamente que fuera así, pues tenía incontables preguntas que quería hacerle; cada minuto surgía en mi mente una nueva incógnita.

Colocó música y arrancó el auto.

El viaje se mantuvo en un silencio cómodo, comenzamos a llegar a lo que parecía ser una playa, y efectivamente se adentró en ella hasta deternse en la arena

—¿Es enserio? —miraba fijamente la arena.

Él se bajó del auto, y en un acto de galantería, se acercó a mi puerta para abrirla.

—¿Cuál es problema? —se agachó un poco quedando a mi altura.

—Creo que pudiste decirme que veníamos a la playa, me hubiera vestido acorde a esto, pensé que iríamos a un restaurante o algo así...

Él sólo sonrió.

—¿La princesa le tiene miedo a un poco de arena en sus tacones?

—Yo no le tengo miedo a nada.

Me bajé del auto y comencé a caminar, di un par de pasos pero sus brazos me tomaron por la espalda, deteniéndome en seco.

—Calma fiera, la arena no será un problema.

Me cargó con delicadeza, me elevó y emprendió el camino; apenas entonces noté la presencia de un sendero bordeado por una pequeña escalera, que ascendió conmigo en sus brazos.

Detuvo su paso y con suavidad me depositó en el suelo, girándome para contemplar una especie de terraza, la cual se desplegaba bellamente ante mis ojos, regalándome una vista increíble del mar. Una mesa decorada con rosas blancas y dos platos servidos capturaron mi atención, dejándome con la certeza de que alguien acababa de colocarlos allí.

—Yo lo organice todo. Paolo, el cocinero, ha culminado y servido la cena hace apenas tres minutos, pero ya se ha retirado, así que sólo seremos tú y yo.

Resultaba sorprendente cómo siempre conseguía leer mi mente.

—Espero que la velada sea de tu agrado. —gentilmente empujó una silla para ofrecerme asiento.

Tomé asiento, y seguidamente él lo hizo frente a mi, y noté cómo su mirada se desviaba hacia el escote de mis pechos, en ese instante recordé a Ana, a quien le había advertido claramente que el vestido era bastante revelador.

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