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Abril, 2002

La primavera cae brillante y cálida sobre ellos, con un Hoseok que poco a poco se vuelve más entrometido y menos silencioso.

—No se habla en conversaciones de adultos —interrumpe su padre cuando intenta opinar acerca de lo que escucha—. ¿Entendido?

—Yo sólo...-

—Tú nada —sentencia—. Cuando te pida tu palabra, puedes decirla, pero en estos temas no debes entrometerte para nada. Es algo entre tu mamá y yo.

—Pero...-

—Hijo —suspira su madre—. Ve a tu habitación, por favor.

Qué injusto. Le parece tan injusto. ¿Acaso no es importante lo que él piense acerca de lo que hará este verano? Son sus vacaciones. No quiere ir donde ninguna tonta tía perdida, que apareció de la nada. Da la vuelta, cruzándose de brazos, y sube a su habitación dando pasos pesados que le hacen doler los pies.

Con siete años, Hoseok ha conocido que cada persona, a lo largo de su vida, forja su propio destino y que nadie más puede interceder en él, o como mínimo no tiene ningún derecho a interferir. Al menos, es lo que dice el libro que su madre tiene sobre la mesita de centro en la sala de su casa el último domingo de abril por la mañana, de un autor cuyo nombre no sabe pronunciar.

—Lo entenderás cuando crezcas —le comenta, cuando nota lo atento que está a la lectura—. Qué bueno que estés leyendo, otra vez.

—Aprendí el año pasado, pero debo practicar. La maestra dijo que es importante.

—Lo sé y te felicito. —Acaricia su mejilla—. Estoy muy orgullosa de ti.

¿Es momento de declarar que Hoseok es un niño excepcional? Más calculador de lo que puede ser un niño a los siete años y tan amable como una señora entrada en sus noventa puede alcanzar a ser. Su madre tiene la tendencia de aplaudir cada uno de sus pequeños logros, por lo que acostumbra a vivir con esa vanidad incansable de necesitar siempre que todo el mundo le diga lo bien que hace las cosas. Lo hace la maestra, frente a sus compañeros de clase, cuando saca calificaciones sobresalientes. Lo hace su vecina, cuando le devuelve al perro diminuto que siempre huye de su casa. Lo hace la señora de la tienda de la esquina, cada vez que su madre lo envía a hacer una compra pequeña. Por ende, en este momento, no entiende por qué Min Yoongi lo ve como si acabase de hacer algo malo.

—¿Qué? —cuestiona Hoseok, con la cabeza ladeada.

—No deberías estar aquí.

—Sólo quería saber si vienes a jugar a casa. Estoy aburrido, y es domingo.

—Los niños no pueden estar solos en la calle —reprende Yoongi, cruzando sus pequeños brazos—. No sin un adulto responsable que los vigile.

—Vivo a la vuelta —aclara, riendo bajito en señal de burla.

—Madre dice que eso es de padres irresponsables.

—Mami me deja salir solo, soy un niño responsable.

Yoongi arruga el entrecejo.

—Mami dice que los niños no saben de responsabilidades de adultos.

—¿Responsabilidades de adultos?

—Eso dice madre.

—Bien, entiendo —susurra Hoseok y baja la mirada unos segundos, porque no entiende nada, en realidad. Su madre le enseñó a decir eso cuando realmente las cosas se salen de su control. Hasta que se recupera y vuelve a sonreír, e insiste—: Entonces, ¿vienes a jugar conmigo?

Un par de ojos felinos miran hacia arriba y Yoongi niega con su cabeza.

—No puedo, estoy castigado.

Y la puerta se cierra en su cara.

Ha pasado un tiempo desde que Hoseok no llora con una verdadera presión en el pecho.

Ha pasado un tiempo desde que Hoseok no llora con una verdadera presión en el pecho

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Desde 1993 🎨 yoonseok.Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora