📖Septiembre 23📖

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Septiembre 23, 1954

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Septiembre 23, 1954.


Ese bastardo se robó todo lo que quería, su atención, su cariño y ahora su vida incluso.

Me vale un rábano que solo sea un mísero bebé, sea como sea, es el culpable de todo este infierno. Ella esta muerta por su culpa, nada podrá traerla de vuelta, ni siquiera si me deshago de él.

Debería hacerlo, es demasiado pequeño y lleva poco tiempo aquí como para que lo extrañen. Es solo un mocoso que solo llora y pide comida, somos demasiados, ¿no sería un favor para todos tener una boca menos que alimentar?

Sé que no estamos en las mejores condiciones económicas, solo mira donde vivimos, un cuchitril con solo tres colchones tirados en el suelo y que compartimos varias personas. Tan cerca de matorrales y zonas enmontadas que sería muy conveniente, no sé, que una víbora saliera por la noche y lo mordiera hasta matarlo. Uno menos no es problema, es una solución.

Los demás estaban tan absortos en sus cosas que fue tan fácil, tanto que me da vergüenza el escribir esto y saber que nadie nunca sospechara que fui yo. Que asco.

Me bastó con esperar a mediodía, a plena luz del día para variar. El bastardo estaba en su jaula, unos barrotes de madera alrededor de una caja de cartón aplanada en el suelo, solo lo tomé cuando nadie veía y lo llevé matorral adentro. Me iba a pagar todas y cada una de mis desgracias, porque todo se fue a la mierda cuando ese nació.

Lo dejé sentado en el suelo pensando que hacer, como podría hacerlo sufrir y al mismo tiempo mantenerlo en silencio para no levantar sospechas. Me quité el pañuelo que siempre cargaba para el sudor y lo amarré alrededor de su boca, lo más fuerte posible, y empezó a llorar. Pobre bastardo.
No pude contenerme, le propiné varios golpes con mano empuñada descargando toda la furia que había acumulado en esos dos años. Solo dos años y todo el desastre que había causado esa pequeña mierda.

Lo escuché llorar de forma ahogada, las lágrimas empapando el pañuelo y ahogándose en sus propios mocos. Su nariz sangraba, tenia varios cortes en la mejilla y se retorcía en el suelo entre la maleza. Me reí y no saben cuánto, una satisfacción que me envolvió por completo, placer le llamaban. Nadie me iba a quitar mi momento, así que continué, debía acabar con eso.

Le quité la tela que hacía de pañal, ya mojada por lo orines del bastardo. Lo envolví en su cuello sin apretar, pero con mis propias manos empecé a ejercer presión. Su rostro se fue tornando pálido, un poco azul con sus ojos abiertos de par en par y tratando de retorcerse para librarse de mí, pero no pudo.

En cuestión de minutos dejó de moverse, con los ojos vidriosos clavados en el cielo. Lo único que me molestaba de esto era que la iba a ver de nuevo, y tal vez se molestaría conmigo por lo que hice, pero no me arrepentía de nada.

¿Por qué preocuparse por el pequeño bastardo cuando fue el causante de todos nuestros problemas?

Tomé su cuerpo por los pies y lo arrastré más adentro, donde sabía que los animales lo encontrarían y sería tan fácil como fingir sorpresa cuando se dieran cuenta. Unas cuantas ramas encima del bastardo, un poco de tierra alrededor, y listo.

Regresé a casa y todo estaba como si nada, regresé a mis tareas y dejé pasar el día.

Cuanta paz respiro ahora.

Primera entrada del misterioso diario

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Primera entrada del misterioso diario

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Los leo mis pulguitas

Siempre los leo (⁠눈⁠‸⁠눈⁠)

Siempre los leo (⁠눈⁠‸⁠눈⁠)

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