⚠️4⚠️

13 4 7
                                    

Se dio por vencido, no esperaba tener que hacer nada importante ese día así que solo se limitó a escribir una pequeña nota y pegarla en la puerta de su cuarto

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Se dio por vencido, no esperaba tener que hacer nada importante ese día así que solo se limitó a escribir una pequeña nota y pegarla en la puerta de su cuarto. Dormiría, no estaba en edad para pasar de largo la noche sin consecuencias, por más que su padre bromeara con ella era más en serio que chiste. No se llega al tercer piso invicto.

«Migraña, favor no molestar, dormiré un rato».

Esperaba fuesen conscientes y le dejaran dormir todo lo que su cuerpo necesita y podía, tampoco esperaba dormir de ahí a la noche, no estaba acostumbrado a dormir de día. De todos modos, cuando el cansancio es grande no hay poder humano que pueda con ello, y tan solo tocar la almohada se rindió ante el sueño. Despertó cerca de las once de la mañana, el olor de la comida entraba por las rendijas de su cuarto, o tal vez la fatiga de no haber comido desde la tarde anterior fue lo que lo hizo reaccionar.

Se duchó con calma, estiró su cuerpo y se sintió un poco mejor, al abrir la puerta, una nota en respuesta a la suya estaba adherida a esta.

«Pastilla, por favor trágatela, y deja de leer de noche. Mamá».

Se rio ante ello, algo del sentido del humor de su padre tuvo que habérsele pegado después de tantos años de matrimonio. Y, aun así, se sintió regañado. Se encontró con ella en la cocina, donde meneaba la comida mientras tarareaba. Se dio la vuelta al sentirlo entrar y colocó un plato humeante en el mesón, su caldito de pollo mata enfermedades.

—Buenas noches, al parecer aún debo verificar que el niño se haya ido a dormir durante la noche —le amenazó—. ¿Me obligarás a hacerlo?

—No, señora —contestó entre risillas.

—Trágate eso y ojalá te quemes por chistoso —le riñó.

—Yo también te quiero mucho, madre.

Se sentó suspirando y sintiendo el cerebro palpitarle dentro del cráneo. Frente a él, el vapor del plato le calentaba el rostro, pero le distraía de los demás dolores. Tomó un par de sorbos, no sin antes soplar cual velas antes de beber. Claras, sustanciosas y deliciosas, como siempre cuando cocinaba su madre, don que nunca heredó ni por accidente.

Trató de no pensar en nada de momento, tantas cosas que hacer y muchas por resolver, pero el dolor debía mitigar antes de seguir y enredar las cosas. Miró lejos, más allá de la sala y la puerta que daba a la calle. En la terraza, su abuelo estaba sentado en la mecedora tan quieto que cualquiera se preocuparía por su estado, solo recibiendo el aire y respirando por inercia. Una presión en su pecho le hizo sentirse contrariado, de cierto modo le acongojaba ver a su abuelo en ese estado, pero toda la situación que estaba viviendo no le permitían ver con buenos ojos a ese mismo hombre. De no ser por esa enfermedad, ¿qué podría estar haciendo?

—Tiene más de noventa, cálmate —susurró para sí mismo, volviendo a su sopa.

—Tal vez no lo recuerdes, pero solía ser un hombre bastante vigoroso pese a su edad, incluso estando tú pequeño podía correr como si fuera un adolescente —dijo su madre, con la mirada fija en su abuelo—. No me acostumbro a verlo así tan...

⚠Crímenes en el Desván⚠Donde viven las historias. Descúbrelo ahora