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A la mañana siguiente, Jimin se despertó de un sobresalto, desorientado y aturdido. Su mirada nublada divagó desde el techo de madera encima de su cabeza hasta un cobertizo de piel a los pies de la cama. Un par de pantalones vaqueros colgaban sobre el extremo de la misma, y pudo ver un cinturón colgado en una de las aristas del mueble. ¿Dónde estaba? Luego todo volvió a el doncel. Estaba en la habitación de Kim Namjoon.

Echó un vistazo asomándose por encima del saco de arroz, y vio que Namjoon ya se había ido, pero el olor a piel de ante y a vigorizante masculinidad, se había quedado en la cama.

Jimin finalmente se debió dormir en algún momento de la noche, se dio cuenta, pero estaba agotado de la misma. Tendido allí, vigilando sin cesar y tan tenso como una cuerda de violín durante horas. Había estado escuchando a Namjoon respirar durante toda la noche. Sus músculos se habían tensado aún más cada vez que él se movía. No podía olvidarse de su reputación — todo el mundo sabía quién era Kim Namjoon, y caminaban a su alrededor sin acercarse demasiado.

Una vez, por casualidad, se había quedado mirándole. Allí yacía sin camisa, en calzones, por amor de Dios, y todo ese pelo azabache. Ciertamente ninguno de los hombres que había conocido en su vida, ni su padre ni sus hermanos, ni Soohyuk, habían tenido ese comportamiento ordinario ante él — y Namjoon no era ordinario, precisamente. Pero le parecía que quedarse en ropa interior en su presencia, cuando acababa de conocerlo, era algo espantoso. Que el doncel también hubiese dormido en su ropa interior no era lo mismo — la suya cubría más, ya que la camiseta cubría su torso. Y parecía que él no había tenido ningún problema en absoluto para dormir, pensó malhumorado. Se había rodado hacia el saco de arroz y había lanzado incluso un brazo musculoso alrededor del mismo, como si lo estuviera abrazando. Dios, podía haber sido él, pensó, aliviado de haber levantado esa barrera entre los dos. Dormido parecía diferente, no tan imponente, a pesar de que tenía el ceño ligeramente fruncido hasta en sueños, como si algo que le preocupase, no le estuviese dejando descansar en condiciones.

Al menos lo había dejado solo, y se alegraba por ello. Salió de la cama y sacó a Soobin de su caja. Un dolor profundo tensaba sus brazos y hombros, recordándole el esfuerzo que había hecho la noche anterior con el pesado saco. Jimin le había dado poca importancia a todo lo que pesaba en ese momento, pero ahora sus brazos y los hombros le dolían con fuertes agujetas por haberlo arrastrado hasta la cama.

— ¿Cómo está mi pequeñito? —Susurró con una sonrisa. El bebé agitó sus puños adormilado. No importaba lo cansado o desanimado que Jimin pudiera estar, Soobin siempre podía aliviar el dolor de su corazón. En su mente, el bebé era su recompensa por soportar a Soohyuk, y por esa única razón, no lamentaba completamente haberse casado con él.

Soobin gorgoreaba y le devolvió la sonrisa. Gracias a Dios, dormía de seguido casi todas las noches y no era un bebé inquieto. Cada vez que había llorado cerca de su padre, algo que no había sido muy a menudo, él lo había amenazado con golpearles a ambos si Jimin no lo calmaba, — ¡Y ahora mismo, maldita sea! A pesar de que nunca había golpeado al niño, Jimin temía que sería sólo cuestión de tiempo. El doncel nunca había pegado a nadie, pero sabía que ese día llegaría, si Soohyuk le hubiese levantado alguna vez la mano a Soobin. De hecho creía, que hubiese sido capaz de matarlo.

Después de alimentar a Soobin y ponerle un pañal limpio, Jimin fue a lavarse, esta vez evitando su reflejo en el espejo, y se puso sus ropas viejas de nuevo. Entre bocado y bocado de restos de galletas frías de la cena de la noche anterior, extendió el pantalón remendado con cuidado entre sus manos y lo miró. El azul era tan fino y desgastado en algunos puntos que podía ver su calzoncillo blanco y piel a través de ellos. Dejó caer la tela y suspiró. Jimin nunca había tenido cosas buenas, nadie en Slabtown lo había hecho. Gente como los Kwon, la familia para la que su madre había trabajado, tenían fontanería interior y electricidad, e incluso un automóvil con un hombre que les llevaba a donde querían. Su madre le había contado sobre la maravillosa casa que tenían en la ladera en Park Place — que incluso tenía un ascensor — y las grandes fiestas que daban con alimentos exóticos como langosta y ostras y paté de hígado de ganso. Una vez, Jimin había llegado incluso a probar un poco de langosta cuando su madre llevó un trozo a casa, envuelto en papel de aluminio. El papel era otra de las comodidades que sólo había visto con anterioridad, en los bloques de mantequilla.

Kim Jimin- MiniMoni Donde viven las historias. Descúbrelo ahora