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Después de haber besado a Jimin en la tienda y hablarle de su pasado – de la mayoría, al menos – Namjoon sintió un sutil cambio en su relación.

Por mucho que no quisiera, él se encontraba siguiendo la forma un poco redondeada de Jimin con sus ojos, y sus viajes a la ventana lateral se hicieron más frecuentes. Al ver a sus clientes amontonándose alrededor del doncel, charlando, quería salir y decirles que dejasen de molestar, que tenía trabajo que hacer. Pero en el fondo, sabía que los mineros no lo molestaban tanto como a él.

Su belleza no era glamorosa ni como la de un rey, como la de Jackson. Jimin tenía una gracia ordenada, tranquila, que le hacía pensar en arroyos claros y fríos y en flores silvestres. No podía siquiera imaginar a Jackson cambiando los pañales de un bebé o cuidando los otros aspectos desordenados de la crianza. Jimin lo hacía y todavía conservaba su belleza y sus muy mejorados espíritus.

Lo admitiese o no, su estado de ánimo había mejorado considerablemente desde la muerte de Lee. Namjoon notó que había empezado a dejar de estremecerse ante grandes voces, y ya no miraba por encima del hombro cuando salía a la calle.

Se decía una y otra vez que un doncel y un niño no jugaban ningún papel en su futuro inmediato. Estaba muy bien imaginar la escena de su cuento de hadas con Jimin y Soobin en la cocina cuando llegase a casa por la noche, pero era sólo eso – un bonito sueño. Se imaginaba que los primeros cinco años de su negocio ganadero no sería más que trabajo duro, y tendría que vivir en una cabaña mientras la casa y todas las dependencias fuesen construidas. No tendría problemas para eso – los adornos de fantasía nunca le habían importado. Pero sería demasiado duro para un doncel. Incluso si no lo fuese, Namjoon no estaba dispuesto a arriesgar su corazón de nuevo.

Y ese era el quid de la cuestión.

Un doncel como Jimin se merecía un marido completo, y sabía que no sería capaz de entregarse completamente a sí mismo. Él siempre se guardaba algo para sí, la parte de su alma que no le dejaría amar a Jimin por completo.

Pero todavía miraba a Jimin con un anhelo que seguía creciendo cada día. Sólo estar cerca del castaño era una especie de dulce tortura que le hacía sentir mejor que cuando había vivido solo, pero mirar y no poder tocar – era un infierno.

La tarde después de que Lee muriese, Yoongi se dejó caer por la tienda. Para evitar subir escaleras, que le robaban su débil aliento, había hecho arreglos para mudarse de la casa de huéspedes en la que vivía, a una habitación del primer piso en el ya acabado, Hotel Fairview. Aunque no había habitaciones en el primer piso, Jung Hoseok había arreglado una para él – por un precio, por supuesto. Un lugar agradable, admitió burlonamente, pero todas las paredes no eran nada más que papel lienzo. – Cada vez que un cliente se tirase un pedo, se escucharía en todo el edificio.

Namjoon vio a Yoongi peor que como lo había visto en toda su vida. Su rostro estaba más pálido, y sus ojos hundidos le daban una mirada sumergida. La piel de su cara estirada, pegada sobre los huesos. Namjoon sintió un escalofrío de aprensión correr por su espina dorsal. Pero la ropa de Yoongi era tan pulcra como siempre, y su ingenio mordaz no había sufrido ninguna debilidad.

Desde la calle, Namjoon escuchó acordes de – Más cerca de mi Dios por ti. La tocaba la bocina de una banda del Ejército de Salvación que se había apostado en un punto de Front Street.

— Veo que ahora tienes el lujo del acompañamiento musical, —comentó Yoongi, señalando con su bastón hacia el latón y el conjunto de pandereta.

Al igual que un hombre viejo, se sentó en la silla donde había pasado tantas horas lanzando cartas y observando hacia la esquina de Namjoon lo que él llamaba la última locura del hombre del siglo. — A excepción de la guerra con España, —añadió con su acento rico.— Esto es realmente una idiotez suprema.

Kim Jimin- MiniMoni Where stories live. Discover now