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Dos días más tarde, Jimin estaba sentado sobre una caja de cartón junto a sus tinas, mirando hacia la calle mojada, con los codos apoyados en sus rodillas y la barbilla en sus manos. Una llovizna caía del cielo gris opaco desde la mañana, y no mostraba signos de ir a cesar en breve. El humo acre proveniente de las cocinas de toda la ciudad, quedaba suspendido en el aire, sostenido por la sobrecarga de nubes pesadas.

Afortunadamente, había habido pocos días lluviosos. El clima húmedo hacía que su duro trabajo fuese aún más difícil. Aunque el doncel y sus tendederos estaban bajo la cubierta de un toldo de lona que Namjoon había construido cuidadosamente, el aire cargado de humedad dificultaba el secado de la ropa mojada. Incluso su ropa estaba fría y húmeda hasta casi sus rodillas. Gracias a Dios, Namjoon se había ofrecido para que Soobin durmiese en su tienda.

Mientras permanecía sentado, hizo algunos cálculos mentales y se dio cuenta de que con la paga extra que el Gran Jo Heebong le había dado, ahora tenía cerca de mil dólares en oro.

¡Mil dólares! Se maravilló, mirando el día lluvioso. En Portland él y Soobin podrían vivir durante dos o más años, con esa cantidad de dinero.

Sin embargo, su primera obligación sería pagarle la deuda a Namjoon. Ganar oro no había sido fácil, pero había sido rápido, y sería capaz de ganar más, siempre y cuando hubiese ropa sucia en Dawson.

Tenía cierta competencia, pero el doncel aún así, tenía más trabajo que tiempo para dedicarse a él. Tenía una ventaja, sin embargo, que la competencia no – una clientela a quien le gustaba oírle cantar.

Jimin no tenía experiencia en los negocios, pero era lo suficientemente inteligente como para darse cuenta de que su canto era un activo que no le costaba nada. Nunca iba tan lejos como para hacer actuaciones, pero su hábito de entretener a Soobin había atraído a clientes de toda la región. Song Hayoon, que cantaba a los mineros con su hermana, Yura, le había incluso visitado un día para ofrecerle trabajo en su sala de conciertos.

Pero Jimin estaba satisfecho de continuar con su negocio de lavandería. Ahora bien, siempre que su corazón encontrase la misma felicidad en esa tarea. Se resistía como podía a la tentación de mirar hacia atrás por encima del hombro, hacia la ventana del comercio de Namjoon, como lo había hecho tantas veces en los últimos días. Nunca lo encontraba allí – lo cual era bueno. ¿No?

Puesto que el moreno le había comprado la cuna para Soobin, Namjoon había estado en sus pensamientos durante casi cada minuto del día que no requería que su atención se dividiese entre él y su pequeño. Sus pensamientos sobre el más alto le daban más miedo que lo bueno que estaba siendo con él. Estaba hasta empezando a lamentar que el saco de arroz siguiese siendo una barrera entre ellos cada noche. ¿Serían todos los hombres tan descuidados y brutos en la intimidad? Se preguntó. ¿O sería diferente con Namjoon? Sólo de pensarlo, sus mejillas ardieron con fuego interno.

Las cábalas de Jimin fueron interrumpidas cuando oyó el chapoteo de unas botas que se acercaban. Levantó la vista para ver el familiar abrigo de lana roja del Sargento Na Inwoo, de la policía montada del noroeste. Era alto y tieso como un palo, con ojos grises y un bigote cuidadosamente rizado. Llevaba el sombrero de policía directamente sobre la frente, completando su peculiar apariencia. Aunque la lluvia le había alcanzado y su uniforme estaba empapado, no daba indicios de malestar; acostumbrado como estaba a todo tipo de clima, bonito o asqueroso.

Y aunque su porte le hacía notable, era imposible que Jimin pudiese olvidarle, de todos modos. Él había sido el oficial que arrestó a Soohyuk y lo llevó a la pila de leña del gobierno.

Miró hacia la señal colgada al lado del edificio, y luego al castaño. — Usted es el esposo de Lee Soohyuk, ¿no es así?

Se levantó de su asiento. Dios, ¿qué habría hecho Soohyuk ahora? Se preguntó con ansiedad.

Kim Jimin- MiniMoni Where stories live. Discover now