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Lucía mira la hora en su teléfono y golpea su pie con impaciencia. Llevaba más de una hora sentada en aquel transporte y estaba ansiosa por llegar a casa del trabajo. El día parece interminable, un dolor en los pies parece absorberla por completo y lo único que quiere hacer es acostarse en su cama. Pero, por supuesto, el colectivo tenía que moverse a la velocidad glacial de un caracol en un buen día, por lo que ahora se encuentra atrapada en el tráfico. Ella se hunde más en su asiento, exhalando lentamente y hurgando en su mochila para encontrar sus auriculares. Ese viaje era más aburrido que de costumbre porque él no estaba ahí.
No estaba segura de cuántas otras personas tenían un crush con alguien en el colectivo hoy en día. Pero ella lo tenía, y hoy no había aparecido.
Se preguntaba si estaba enfermo, o tal vez algo peor: capaz había conseguido un trabajo diferente y ya no tenía que tomar el mismo transporte que ella. Esa sería simplemente su suerte. El año pasado, él había estado en su misma parada todas las noches, y su destino debía estar en algún lugar después del suyo, porque siempre se quedaba cuando Lucía tenía que bajarse.
A su parecer, el chico era precioso. Tenía el tipo de belleza etérea que parecía existir sólo en las revistas, no en el transporte público. Se sentaba en el mismo lugar en cada viaje, sacaba un libro y leía tranquilamente para sí mismo. Sin auriculares para bloquear el zumbido del autobús, solo él mismo se lleva la peor parte del ruido del motor y del tráfico. Por lo general, vestía algunas de las prendas más casuales y bien confeccionadas que jamás haya visto. Su pelo tenía el mismo tono de color que la ligera barba crecida a sus costados. También llevaba un arete de plata que colgaba y se balanceaba con cada golpe del vehículo, captando ocasionalmente la luz del atardecer. Su mandíbula, bien definida como tallada en mármol, hacía juego con sus pómulos igualmente pintorescos y sus labios siempre eran perfectamente carnosos y de un bonito tono rosado. Literalmente no sabía nada sobre él, ni siquiera su nombre. Pero sabía que era hermoso, sabía que era la persona más atractiva que jamás haya visto y sabía que si alguna vez miraba en su dirección, probablemente se desmayaría en el acto. Aún así, no tenerlo cerca hizo que su viaje fuera peor de lo habitual.
Con un pequeño suspiro, ella cierra sus ojos, presionando "reproducir" en la música e intentando desconectarse.
𝙈𝘼𝙍𝙏𝙀𝙎
Lucía logra reconocer su silueta, incluso antes de que aparezca claramente a la vista. Está parado en la parada del colectivo, esperando pacientemente a que este llegue. Hoy tiene un abrigo hecho de una gruesa tela color beige, con sus manos metidas en los bolsillos y el rostro inclinado en dirección a la calle. Las otras personas en aquel lugar desaparecen frente a sus ojos cuando ella se sienta, aliviada de que él esté ahí hoy y ayer haya sido simplemente una casualidad.
