Oops! Bu görüntü içerik kurallarımıza uymuyor. Yayımlamaya devam etmek için görüntüyü kaldırmayı ya da başka bir görüntü yüklemeyi deneyin.
Ser la amiga de Enzo fue probablemente lo mejor y lo peor que le había pasado a Rosina. Él era la persona más atenta que jamás haya conocido. Siempre se tomaba el tiempo de escucharla cuando parecía tener algo para decir y siempre era el primero en ofrecerle su propio hombro para llorar cuando estaba pasando por momentos difíciles. Pero no todo era de color rosa. Por otro lado, estar enamorada de su mejor amigo hacía que todos sus recuerdos se conviertan en agridulces. Todos esos preciosos momentos que ella atesoraba y recordaba con tanto cariño en su mente se vieron empañados por la idea de que nunca significaría más que una simple amiga para él.
La pelinegra estaba enojada consigo misma por sentir algo por Enzo, pero se le hacía imposible el controlar cada una de sus nerviosas reacciones y pensamientos estando cerca de él. Ocultar sus sentimientos se había convertido en un hábito por su parte del que el mayor no parecía darse cuenta. Para alguien que era tan cercano a ella, no estaba segura de si aquello era porque el mayor no se daba cuenta o si en realidad era una infravalorada actriz.
Se le ocurría con bastante frecuencia que tal vez intencionalmente no notaba cómo ella lo miraba con otros ojos, de cómo le pasaba su mano suavemente por el brazo o la espalda con la frecuencia necesaria para que ese toque sea algo más que amistoso, de cómo siempre le preguntaba cómo había estado su día, incluso si ambos habían hablado el día anterior.
Simplemente no entendía cómo podía ser tan inconsciente.
Enzo había estado fuera del país rodando una nueva película durante un par de meses, pero finalmente estaba de regreso en casa. Rosina se paró junto a la salida del aeropuerto, esperándolo con impaciencia. Su corazón latía a una velocidad peligrosa dentro de su pecho a causa de la anticipación.
Solo habían pasado unos pocos meses desde que se había ido. Incluso hubo momentos en los que el pelinegro había estado fuera por más tiempo que ese, pero esta vez lo había extrañado demasiado, más de lo normal. Sus sentimientos seguían incrementándose con el pasar de los días y no estaba realmente segura de cuánto tiempo podría permanecer a su lado sin revelar aquel secreto, pero mientras pudiera mantener su boca cerrada, sabía que tenía que hacerlo, por el bien de su amistad.
Enzo caminó a paso apresurado por el pasillo que conducía a la salida y la puerta automática se abrió frente a él. Miró a su alrededor, buscándola entre la gran multitud y escaneando aquel lugar con sus ojos antes de que su capacidad de ver desapareciera. Cuando logró divisarla entre toda la gente, intentó ocultar su rostro bajo una gorra y unos anteojos de sol, esperando recibir la menor cantidad de atención, pero no pudo engañarla. Tan pronto como llegó ahí, una amplia sonrisa se dibujó en el rostro de la menor. Su cuerpo fue inundado por un sentimiento de felicidad y comenzó a correr hacia él.
